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Publicado por
EL MIRADOR Fernando Jáuregui
León

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U no no sabe muy bien qué esperar de 2019 cuando 2018 se muere dejando tras de sí tan inhóspitas perspectivas. Hemos pavimentado mal los caminos, desde Andalucía a Cataluña, desde Lledoners a Soto del Real, desde Washington a Moscú, y ya nadie puede estar seguro de que transitar por tales senderos pueda resultar seguro y, desde luego, no va a ser nada cómodo.

El mundo va dejando de ser, si es que alguna vez lo fue, ese lugar apacible que nos mostraban las películas de Hollywood, llenas de gente íntegra y entera, en las que aparcar en la Quinta Avenida siempre era posible y los taxis amarillos aguardaban simplemente a que levantases la mano para acogerte, sonrientes. Quizá por todo eso confiábamos en el sueño americano.

Ese mundo feliz está ahora poblado de gentes desgraciadas, inmigrantes a los que todos rechazan miopemente, olvidando las lecciones de la caída del Imperio Romano. Es un mundo minado por un emperador, con nombre Tramposo, que pregunta a un niño de siete años si aún, a su edad, cree en Papá Noel.

Y a nadie se le cae la cara de vergüenza, pensando en que el hombre más poderoso de la Tierra, que aún ni dos años lleva empeorándolo todo, es un liquidador de ilusiones.

Eso es lo que entre todos hemos matado y ella sola se murió: la ilusión. Recuperarla, no sé si a nivel nacional o hasta internacional, va a ser, ya digo, tarea muy difícil, porque los cimientos que estamos poniendo no son buenos. Yo, de momento, incluyo entre mis buenos propósitos para el año que entra volver a creer, sin fisuras, en los Reyes Magos. Y que se fastidie Trump, hala.