Apóstol de causas perdidas
El pasado 22, también sábado, el ayuntamiento de Torre y la junta vecinal de Albares de la Ribera conmemoraron el centenario de Antolín López Peláez (1866-1918), víctima del cáncer en Madrid, donde pasó sus últimas Navidades como senador del Reino. Hijo de un guardia civil de Noceda, el ilustre purpurado nació en el desvencijado cuartelillo de Manzanal del Puerto, a un paso del vuelo de las águilas. Seminarista brillante en Astorga, canónigo juvenil en Lugo, vicario general de Burgos, obispo de Jaca y arzobispo tarraconense. En Tarragona creó la cátedra de lengua, historia y derecho catalán, para fortalecer las raíces de sus misacantanos.
De su niñez berciana guardó la fascinación por los relatos de duendes y aparecidos que hilaban en las veladas del frío y un cierto reconcomio por las penalidades de cuartel vividas en la aspereza de Manzanal. De ahí el empeño de su venganza mitrada. Antes de doblar el siglo, se construyó en Albares una mansión con pujos de villa romana, en una finca adornada con majuelos y árboles exóticos que hizo traer de lejos. La bautizó como Villa Antolín, aunque la gente comarcana la llamaba Casa del Obispo o Huerta Grande. Allí pasó sus últimos veraneos, asistido por un tropel de sirvientes al mando de su pulido edecán Emiliano: con la soberbia, los lujos y el dispendio de un príncipe del Renacimiento. Un siglo después de su abrupto cierre, todavía bulle por el Boeza el eco de tanto boato.
La finca la mercó en los setenta para sus estíos el académico berciano Valentín García Yebra, que era de Lombillo y había estudiado con los redentoristas en Astorga y en El Espino burgalés, donde llegó a coincidir con el nazi de Vichy Pierre Laval, traído a ese refugio desde Barcelona por sus cómplices catalanes al dictado del falangista Luys Santa Marina. La exigencia de su entrega inmediata por parte de los americanos, para ser fusilado en París, no hizo dudar ni un instante a Franco. Así que los frailes pronto se quedaron sin el aliciente de los delirios de su huésped.
Yebra anduvo entre los clásicos griegos y la censura, antes de ingresar en la Academia. El trazado de la autovía del Noroeste dotó de recursos a la junta vecinal de Albares de la Ribera para pujar por la propiedad de Villa Antolín, mientras la ladera de majuelos con su balcón de lejanías se convirtió en pago de Viña Albares. Don Antolín, correspondiente de todas las academias, fue bautizado como apóstol de la buena prensa y perseguidor de los excesos del morapio en libros, sermones y libelos. Promovió El Abstemio, órgano de la liga contra los licores, y publicó Las mentiras del alcohol. En Los daños del libro (1906) detalla con todo lujo de estridencias los peligros de la lectura y en especial de la novela.