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Publicado por
panorama Isaías Lafuente
León

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N o me gusta que la gente lo pase mal. Por eso, celebro que hayamos superado la Nochebuena y el día de Navidad sin contratiempo alguno, para tranquilidad del secretario general del PP, Teodoro García Egea, al que hemos notado una preocupación impostada en las últimas semanas reivindicando su orgullo navideño como seña de identidad española frente a quienes no les gusta esta celebración que, en su opinión, lo que deben hacer es aguantarse.

Habrá observado este caballero que las fiestas están pasando como todos los años. Que las ciudades se han llenado de luces y de belenes; las redes sociales, de millonarias felicitaciones; los centros comerciales, de abundantes provisiones para la intendencia festiva, y las carreteras, de coches cargados de personas dispuestas a pasar estas fechas junto a sus familias.

Seguro que siguió el pasado día 25 y en familia la misa de Navidad y la bendición urbi et orbi del papa Francisco a través de TVE, nuestra televisión pública, cuyos responsables no se han planteado modificar la programación por otras emisiones que, a poco, habrían tenido más audiencia. Y habrá observado, por poco perspicaz que sea, cómo en los medios de comunicación periodistas, políticos y personajes públicos de toda condición e ideología se esfuerzan en estos días por no romper un ápice lo que de magia tiene esta celebración para los más pequeños, no como el inefable presidente Donald Trump.

En fin, que todo ha transcurrido con una aburridísima normalidad, como era previsible, por otra parte. Y sin necesidad de que la Navidad sea declarada Patrimonio de la Humanidad, otra sobrevenida y sorprendente idea de un partido que ha gobernado catorce años y que ahora endosa a otro promover la iniciativa. Porque desde mucho antes de que naciera Teodoro García Egea, en nuestro país se celebran así estas tradiciones y tenemos la fiesta en paz.

Unos lo hacen desde el fervor y la fe, otros siguiendo una tradición inoculada a la que no han renunciado y el resto no es que se aguante, sino que respeta a los demás. Así que espero que este hombre duerma tranquilo y, por respeto a los demás y a sí mismo, deje de hacer el ridículo sembrando inexistentes incertidumbres y exhumando un nacional catolicismo impropio de estos tiempos.