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Publicado por
EMILIO GANCEDO
León

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Notan algunos, últimamente, una superabundancia de asuntos relacionados con las mujeres, con la óptica femenina de las cosas, y les debe cegar esa nueva lente rebrillando en titulares de prensa, en libros, en discos, en filmes y hasta en conferencias de ateneo centenario. «Ya están otra vez», piensan, y refunfuñan. Claro que si comparamos todo eso con la invisibilidad que el género en su conjunto viene arrastrando desde hace largos siglos, habría que concluir que bien poco hay. Bien poco.

Hoy, sin embargo, comparezco aquí para hablar de los hombres. Ese raro y multiforme colectivo. Esas gentes para las que nadie pide ni empoderamiento, ni una particular aplicación de la sororidad, ni prácticamente nada. Los hombres somos unos seres estrafalarios, tozudos, jactanciosos, verbeneros, ensimismados, desastrados, catastróficos, insensatos, vociferantes, gregarios hasta lo indecoroso... y también podemos ser todo lo contrario. Generalizar al hombre es como generalizar a la mujer, una injusticia y una pérdida de tiempo bastante grande.

De todos modos, yo creo que sí habría que pedir algo para el hombre ahora que todo el mundo reivindica y apremia, y cada facción tiene sus divisas, sus dioses tutelares y sus demonios propios. Para el hombre, ¿qué pediremos? Primero, quizá, que lo masculino no sea sinónimo de machista. Que valores y rasgos como la fuerza, o como el coraje, o como la camaradería, se desplieguen en una versión auténtica, valiente y comprensiva, y que hemos de cultivar y expandir una renovada —y mejor— manera de ser hombre que no hay que extraer de ninguna chistera porque ya está dentro de cada uno de nosotros.

No sé cómo saldrá esto. A buen seguro que nos vamos a equivocar. Vamos a tropezar y caer, y nos vamos a desesperar. Pero nos volveremos a levantar porque, sin los hombres, sin el absurdo, miope y brutal hombre, pero también sin el optimista, resuelto y heroico hombre, la lucha feminista no tiene sentido.

No es ahora cuando debemos callar. Es ahora cuando debemos hablar. Por paradójico que parezca, el hombre real, libre de ataduras y tópicos, con su carga de miedos y valores, apenas ha hablado ni se ha manifestado hasta ahora. Quiere decir algo. Y ya se empieza a oír su voz.