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TRIBUNA

Guzmán el Bueno: héroe, guerrero y conquistador

Publicado por
Afrodísio Ferrero Pérez abogado y periodista
León

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D ecíamos en un comentario anterior, acerca de Guzmán el Bueno, que era aconsejable analizar su figura como héroe, guerrero y conquistador (ver Diario de León (11.12.2018). Pero antes quiero agradecer la atención que han prestado al tema varios lectores; y uno de ellos me ha enviado alguna sugerencia de interés para el perfil biográfico de nuestro protagonista. (León, 24 de enero de 1256). Para muchos leoneses, Guzmán el Bueno es el personaje cuya estatua se levanta en la glorieta de Guzmán, sin conocer la mayoría de los leoneses poco más de su vida «o como mucho alguna lectura escolar sobre la Reconquista a que vincula a su memoria», en palabras del leonés Alejandro Valderas, quien tuvo el acierto de escribir una brillante monografía de Alonso Pérez de Guzmán (Guzmán el Bueno, caja de España, 1991). Compartimos su diagnóstico, porque el que escribe líneas ha experimentado la misma realidad, salvo honrosas excepciones comprobadas recientemente.

Por ello, es de confiar que la nueva biografía emprendida contribuya a mejorar la realidad histórica de Guzmán, y su proyección como héroe, guerrero y conquistador.

Nuestro protagonista, a sus 19 años hizo sus primeras armas en la hueste de López Díaz de Haro, señor de Vizcaya, a la que se sumó con otros caballeros e hidalgos leoneses, cuando se dirigía hacia Andalucía. Al llegar a Jaén, tuvieron un fuerte encuentro con los moros.

Y siguiendo al cronista Barrantes, «el joven Alonso Pérez de Guzmán se portó con gran valentía, en esa lucha en la que capturó a un notable musulmán, y, en consecuencia, obtuvo un buen rescate».

De este modo, Andalucía aparece ya como factor determinante en la biografía de Guzmán el Bueno. La apuesta por Andalucía, en aquel momento crítico, se reveló como un estratega ante la obra repobladora de Alfonso X el Sabio que pensaba en la España venidera, sometida a una fuerte presión de las incursiones de los moros. Un dato elocuente para el éxito posterior en la defensa de la plaza de Tarifa, encomendada, en principio, a la Orden de Calatrava: Sancho IV, hijo y heredero de Alfonso X el Sabio, conocedor de las cualidades de Guzmán le nombró Alcaide de la plaza en julio de 1294.

Ya, en 1292 le había nombrado Alcaide de Vejer de la Frontera por su preparación y fidelidad al rey. Ahora bien, la plaza de Tarifa era más compleja por el lugar estratégico de entrada de las incursiones musulmanas. Entre abril y finales de agosto de 1294, Tarifa fue fuertemente asediada. En esos meses, Alonso Pérez de Guzmán puso a prueba sus capacidades militares, y, como es sabido, su concepto extremo del sentido del deber. De todas formas, es doloroso comprobar históricamente que días antes del levantamiento del cerco, ante los muros de la plaza, se había registrado, el episodio trágico del sacrificio de su hijo; hecho que ha sublimado a Guzmán el Bueno por encima de todos sus contemporáneos.

«La tragedia tuvo lugar, como tiene acreditado la historiadora mercedes Gaibrois, durante la segunda quincena de agosto de 1994». En concreto, la heroica defensa de Tarifa frenó el asalto de los benimerines (secta musulmana del norte de Marruecos) sobre Andalucía y obligó al caudillo Ab-Yaqub a retirarse de Algeciras, y regresar a toda prisa hacia África por el estrecho de Gibraltar.

Y de esta forma, el rey de Granada Muhammad II se quedaba solo para hacer frente a las armas castellanas. El agravamiento de la enfermedad de Sancho IV, y su muerte en abril de 1295 frustró, en buena medida, la campaña prevista para acelerar la conquista de Granada. No obstante, Guzmán el Bueno inició entonces una nueva etapa en la que iba a alcanzar el «encumbramiento político y social» en opinión del cronista Barrantes de la Casa de los Guzmanes. Con estos datos no olvidamos, en absoluto, el sentimiento humano tanto de Guzmán como el de su esposa María Alonso Coronel, ante el sacrificio de su primogénito Alonso, un niño de unos nueve años.

En ese acontecimiento trágico actuó de colaborador el hermano rebelde del rey Sancho IV: el infante don Juan de triste recuerdo, quien entregó al niño Alfonso al caudillo de los benimerines. En el desarrollo de la biografía haremos una glosa de esa traición así como de la reacción imaginaria de los sentimientos de los padres de la criatura asesinada. Porque una cuestión es la responsabilidad histórica, y otra muy distinta el dolor derivado del asesinato de un hijo en la flor de su edad.

Sin duda, como señala Cicerón, «al hablar del supremo bien y del supremo mal», el dolor puede quedar mitigado o sublimado con el bien moral, el sumo bien, incluso con la gloria, con la dignidad y el honor» ¿Quién puede debatir acerca de los sentimientos íntimos de dolor duradero? Difícil respuesta para cualquier polemista. Porque la historia no solamente son hechos, sino también interpretaciones del sentimiento de sus héroes o personajes hacedores y modeladores de la misma historia.

En resumen, Guzmán el Bueno durante su vida recibió una formación sólida en León, donde vivió hasta los 19 años. A decir verdad, Guzmán había nacido con una buena estrella. Para ese objetivo no podía faltar el apoyo personal de su padre natural: el Adelantado Mayor de Castilla, y consejero del rey Alfonso X el Sabio. Se trataba de educar y formar a un joven a fin de prepararle para la guerra en plena Reconquista. No obstante, debía aprender gramática, retórica, oratoria (dialéctica) como exigió el «modelo Trivium». Y el educador si era clérigo debía inculcarle principios morales. La formación se completaría con el manejo de la espada, el arco, la lanza, equitación, juegos de ajedrez, así como otras disciplinas para armarse caballero. Se sabe, que el joven Guzmán tenía un espíritu inquieto, y de gran vitalidad. Por los grabados que conocemos, se observa que Alonso Pérez de Guzmán era de buena estatura, con una densa barba de gran señor. Su cabellera le caía sobre el pecho, propio de los guerreros de la época medieval.

A lo largo de su vida (53 años) prestó sus servicios a tres reyes: Alfonso X el Sabio, Sancho IV el Bravo, y Fernando IV. En este último reinado, con su hueste, Guzmán logró conquistar Gibraltar (1309); unos meses antes de morir en una lucha contra los moros: entre la serranía de Ronda y Gaucín (Málaga), cuando Alonso Pérez de Guzmán cumplía 53 años. Era un lugar estratégico, donde los moros hostigaban, con frecuencia, a las tropas castellanas que circulaban entre Algeciras y Gibraltar. Allí, en la localidad de Gaucín recibió «varias saetadas», de las que murió nuestro héroe, según el testimonio de los cronistas de la casa de los Guzmanes.

Unos años antes, pusieron en labios del héroe un diálogo entre su admirable esposa y Guzmán: «paréceme señor, que aún no son acabados los trabajos de la guerra de los moros, porque, ahora, tornáis, según he sabido de nuevo a ellos». A lo que respondió Alonso: «esos trabajos, señora, no se acabarán hasta que los moros se acaben; pero los hombres como yo los han de acabar o acabar en ellos… Yo iré a la guerra, y si volviese holgaremos hemos, y si allá quedare, pagaré la deuda que debo a Dios de la vida, al rey de las mercedes que me han hecho, y a mi honra de morir en ella».

Todo ello confirma, en el fondo, la talla excepcional de un personaje en el que la sensibilidad de cada época ha podido encontrar elementos nuevos de seguir creciendo la admiración permanente. En la Reconquista quizás fue una de las coyunturas que más habían de influir en la formación del carácter hispano. En este sentido, Guzmán el Bueno, honor sin límites, bastan para configurar el arquetipo de un gran leonés-español-universal. «¡Dios, que buen vasallo!».