Diario de León
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ernesto escapa
León

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El miércoles se cumplieron 60 años de la tragedia de Ribadelago, en Sanabria. Ahora los viajeros reciben explicaciones sobre el lago y su territorio en la Casa del Parque habilitada en el monasterio de San Martín de Castañeda. Lecciones que compiten con el duende de los presagios poéticos y las maldiciones legendarias. Unamuno había frecuentado el lago en la segunda década del pasado siglo, para ambientar en este escenario las angustias del cura protagonista de su mejor novela, San Manuel Bueno, mártir (1930), así como el terrible presagio de un poema que ni siquiera estragaron los ripios y que el viajero encuentra grabado a la entrada del pueblo.

Después de algunos hallazgos, que han dado buenos réditos a los gañanes de la mercadería turística y cultural (por ejemplo, este par: ‘espejo de soledades’ y las ‘edades del hombre’), remata Unamuno con unos versos estremecedores: “Servir de pasto a las truchas / es, aun muerto, amargo trago; / se muere Ribadelago / al margen de nuestras luchas”. Dejando a un lado el ripio, que no respeta ni a las plumas más inspiradas, estos versos de Unamuno anticipan tres décadas la tragedia de 1959, cuando saltó por los aires la presa del Tera y sus aguas nocturnas se encañonaron para arrasar el primer sueño del pueblecito rupestre de Ribadelago.

La leyenda atribuía el origen lacustre a un castigo divino, por haber cerrado las puertas y negado el pan a un mendigo, que resultó ser el mismo Cristo. Una de sus variantes más poéticas asegura que en la madrugada de San Juan repican dentro de las aguas las campanas de Lucerna, que lloran por los vecinos ahogados. Aquel presagio legendario se hizo realidad una fría noche de enero. Eran tiempos de codicioso estraperlo y la gente de Ribadelago, que había participado en la obra desde el principio, subiendo en carros los compresores para perforar las rocas, tenía perfectamente tasado el cemento escatimado, porque contaban los camiones que daban la vuelta sin descargar.

El Supremo exculpó de responsabilidad a la empresa Moncabril, atribuyendo la rotura al distinto comportamiento, a muy bajas temperaturas, del cascajo de granito y del hormigón. Ignoró que la presa era un disparate de diseño (un muro recto sujeto por contrafuertes) y que desde su cierre chorreaba filtraciones como un coladero. Hasta que reventó. La avalancha nocturna de una ola de nueve metros cargada de lodo y piedras costó 144 vidas, de las cuales más de cien eran niños, y 116 cadáveres nunca fueron rescatados del lago. La pujante dictadura también sabía echar el moco y prohibió pescar truchas en el lago, tratando de esconder la tragedia con el sudario de un pueblo nuevo, que incluso llegó a contar con Parador de Turismo y una iglesia de vanguardia.

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