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león en verso luis urdiales
León

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Igual que el hoyuelo en el mentón, la nariz respingona o la mirada torva, el amor a la tierra está en los genes de los leoneses; no extrañará, por tanto, el tono candoroso con el que resuelve un niño de tres años el repaso a los pueblos que Franco arrasó en el valle del Luna con la misma pala que luego empleó el PSOE para enterrar Riaño. Hay un torrente de ternura en el documental que los alumnos de infantil del colegio La Biesca le dedican al momento de la destrucción del entorno de sus abuelos, que a la postre es el que se les negó a ellos, arrasado por siete leguas de agua. Nombradlos y no habrán muerto. No se antoja mejor forma que esas voces que rememoran la catástrofe para evocar la hecatombe, evitar que se olvide aquel sacrificio, pasto, igual que este de ahora, de la ingeniería demográfica que practican unos señores que se creen importantes. El recuerdo es el mejor arma para evocar el delito. Por eso escuece tanto al poder y a quien lo maneja que se vuelva sobre el vaciado de los valles, de las casas, de las gentes, de las formas de vida hasta que a la vida no le quedó otra salida que la muerte. Matar a unos para que subsistan otros es la única acción política que conocen generaciones leonesas a caballo del lomo de estos dos siglos dominados por el impulso de la intuición depredadora. De los gestores actuales hemos aprendido que no hace falta una presa para anegar un valle; miren Laciana, si acaso. León entero, en un futuro no muy lejano. Miren, también, el archivo filmográfico de la televisión pública, que ofrece, descarnado y sin filtros, el resultado de la infamia sucedida en Vegamián, con motivo de una evacuación total del embalse poco después del Mundial 82 para reparar unas fisuras en el mazacote de hormigón que empareda ese camposanto; miren, que verán todo el daño ocasionado sin reparar en el qué, ni a cuántos. Miren; vean en Youtube los quince minutos que los alumnos del colegio de Canales-La Magdalena dedican a la gran tragedia que supone no tener la libertad de poder vivir sobre la tierra que habitaron sus antepasados, en la misma que ni siquiera les fue permitido nacer. Esta versión leonesa de En el nombre del padre es una manera de sobrevivir; un epílogo de los que nos precedió; un prólogo de lo que viene en camino.