Diario de León

SEGURIDAD Y DERECHOS HUMANOS ?ARTURO PEREIRA?

Navaja barbera

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H an vuelto las barberías, es una buena noticia, cada vez hay más y cada vez tienen más clientes. Es una forma de recuperar cierta manera de entender el sentido de la estética de antaño. Recuerdo que de niño mis padres me enviaban a la barbería a cortar el pelo. Las peluquerías estaban exclusivamente reservadas para las señoras.

Afortunadamente, las barberías de hoy no distinguen entre hombres y mujeres, es más, muchas son regentadas por las que podríamos denominar como barberas. El reducto de exclusividad masculino que eran las barberías, se ha convertido en un punto de encuentro de personas que buscan un cuidado de su estética con visión que aúna lo tradicional y lo moderno.

No está reñida la tradición con las vanguardias en ningún orden de la vida. Solo aquellos que de forma beligerante e irracional pretenden reducir a cenizas nuestras tradiciones, defienden un artificial antagonismo entre ambos conceptos.

Las barberías tenían su mito, cada una el suyo, todo dependía del barbero y de su habilidad para generar una atmósfera propia de su negocio. No obstante, dos temas eran los que capitalizaban las conversaciones. Por un lado, el inevitable fútbol, y por el otro, la caza. Las tanganas que se preparaban eran de campeonato. Todavía no consigo entender como el barbero de turno era capaz de vivir con tanta pasión las discusiones y no convertir al cliente en víctima de algún que otro corte.

Recuerdo especialmente los afeitados con navaja. Ahí sí que sentía yo admiración por el barbero y el cliente. Un pequeño error y… ¡zas! al botiquín cuando menos. Estos son los hombres que yo respeto, los que se afeitaban con navaja barbera, eso sí que es jugársela en las distancias cortas. Es significativo el sonido varonil, contundente, de la navaja cercenando la barba y abriéndose paso entre la espuma reparadora.

Si el afeitado concluía con un pequeño rocío de masaje Floid mentolado, el cliente salía de la barbería tan colorado y ardiente que pareciera que se hubiera dado una vuelta por el infierno. En definitiva, un hombre sin dudas.

Este hombre, que no dudaba en jugársela cada vez que iba a la barbería, es el que yo quiero ver de nuevo. El hombre de siempre, pero hombre de verdad. Quiero que vuelva el hombre que era honesto, libre de complejos por ser, precisamente eso, un hombre. Quiero ver al hombre tradicional cuyos valores principales eran su familia y su trabajo. Para el que la palabra dada era tan sagrada como su honor. El hombre que se conducía por la vida con buenas maneras, ponderación y respeto hacia los demás.

Quiero ver al hombre que sentía devoción por su esposa, que la respetaba, era su báculo, que no sabía vivir sin ella. Quisiera ver de nuevo el padre que antepone todo por sus hijos, que dejaban lo mejor en la mesa para ellos y su mujer. Quiero ver al hombre que confiaba su vida a su compañera y no derramaba lágrimas endebles ante la menor dificultad.

Quiero ver al hombre que no se sentía humillado al ser consciente que su mujer era más inteligente y capaz que él, al hombre que siempre quiso que ella tuviera su plena libertad, estudiara, progresara en un mundo donde los prejuicios se contaban por obstáculos para la mujer. Quiero un hombre valiente para afrontar la vida junto a su mujer, no quiero cobardes taimados que aseguran defender una falsa igualdad de la mujer y luego la cosifican.

Quiero, en definitiva, que vuelva el hombre que se la juega de verdad en las distancias cortas, que no permite que se maltrate al débil, sea esta mujer, niño, anciano, discapacitado, o simplemente a aquel que tiene menos recurso que el abusón de turno.

Por todo lo anterior, me alegro de que hayan vuelto las barberías, quizás si somos lo suficientemente valientes para afeitarnos a navaja diariamente, seamos lo bastante valientes para plantarle cara a tantas injusticias como se cometen con los más débiles y poder decir, ¡aquí hay un hombre de verdad! para hacerles frente.

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