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cuarto creciente carlos fidalgo
León

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Dicen que es como buscar una aguja en un pajar gigantesco, una mota de polvo en la estela de un cometa, o una brizna de hierba en una selva frondosa. El reto al que se enfrentan los científicos que buscan huellas de inteligencia extraterrestre es mayúsculo. ¿Hay vida en las estrellas?

No es ninguna broma. Hace más de cincuenta años que rastreamos el universo en busca de señales procedentes del espacio profundo. Carl Sagan, el astrofísico y divulgador, fue pionero en proponer el uso de radiotelescopios para peinar el firmamento, recuerda esta semana Teresa Guerrero en El Mundo. Y se adelantó tanto a la realidad que tuvo que escribir una novela para dar salida a su impaciencia. El libro de ficción, claro, acabó convertido en una película estrenada hace dos décadas, con Jodie Foster en el papel de una científica que contacta con extraterrestes. ¿La recuerdan?

Pero no es ninguna broma, no. Está sobre nuestras cabezas, quizá. A millones de años luz.

En 2007, un radiotelescopio australiano captaba por primera vez unas extrañas ráfagas de radio, un pulso que duraba apenas unos milisegundos, escribe Guerrero. Desde entonces, se han detectado hasta en sesenta ocasiones. ¿La prueba de que hay vida inteligente ahí arriba?

El investigador Héctor Socas recuerda que el Sol, las estrellas, los planetas más grandes, también emiten señales de radio. Y la teoría más prudente las atribuye a fenómenos astrofísicos; el eco de una supernova que explota, el choque violento de dos agujeros negros que se devoran, la sombra de una galaxia supermasiva.

La probabilidad de que esas señales sean un rastro alienígena es muy baja, pero nadie se atreve a descartarla. El universo es tan vasto, opina Andrés Pérez, que no podemos pensar que somos los únicos que lo habitan.

Por eso, cuando un radiotelescopio de la Columbia Británica detectaba hace unos días trece estallidos de ondas de radio en frecuencias muy bajas, la imaginación y la impaciencia de científicos y aficionados se disparaba. Una de las ráfagas, milagro, se repetía. El espacio habla. Otra cosa es que seamos tan inteligentes —era Einstein el que decía que la estupidez humana es infinita— como para entender lo que nos dice.

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