Diario de León

al trasluz

Confía en tu corazón

León

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Si creyese en las casualidades lo llamaría casualidad, pero no tengo tal superstición. El pasado martes vi la película Ithaca, en televisión. Pudo pasarme desapercibida, pues no asocié hasta que leí la sinopsis que se trataba de una nueva versión de La comedia humana, basada en una novela de William Saroyan, de la que mi padre me iba leyendo fragmentos, sentado en sus rodillas. La II Guerra Mundial es el hilo conductor, pero el protagonismo recae en la bondad, entendida como fuerza individual y a la vez colectiva. Esta nueva versión la dirigía, y muy bien, la actriz Meg Ryan aunque en mi corazón prevalecerá la de 1943, interpretada por Mickey Rooney y Van Johnson, quizá porque la vi en el suelo del salón de casa, abrazado a mi almohada. La familia de Saroyan procedía de Armenia, país que ha estado marcado por las invasiones. Y sin embargo, con esos mimbres vitales, incluido el cristianismo, escribió una obra maestra sobre la capacidad de transformar el dolor en bien.

Una humilde familia con cuatro hijos, en el valle de San Joaquín (California), ha perdido hace unos años al padre. Ahora, el mayor está en la guerra y el segundo —14 años— reparte telegramas con su bicicleta, muchos de ellos con la comunicación oficial de que el hijo alistado ha fallecido en el frente. El primer telegrama que lleve a su propia casa será uno de estos. Pero en ese mundo de Saroyan, que existe pues lo lleva dentro, los finales tristes —la muerte, entre ellos— son bellos principios. Cómo me fascinaban de crío, y me siguen fascinando, los títulos de los capítulos: «¡Se feliz! ¡¡Se feliz», «Siempre existirá dolor en las cosas», «Todos los errores son maravillosos»…

El canto de Saroyan a la bondad contrastaba con su adicción por el juego y la bebida. Al parecer, fue un desastre como marido y como padre. Pero, bien pensado, no es el santo quien tiene nostalgia del niño que fue, sino el pecador.

Quizá bastaría para que todo fuese mejor hoy, en este mundo aciago, si cada cuál actuase sabiendo que sus padres, vivos o fallecidos, le observan. Sugiere la madre a su hijo Homero, el joven cartero: «Confía en que tu corazón, que es bueno, obre bien… y adelante, no te detengas». Confiemos, pues. Y sigamos.

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