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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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Si es que vivimos en un ¡ay! constante. Abrumados por la sobredesinformación que lo mismo te pone los pelos de punta con la permanente amenaza de rererecesión económica que con una epidemia de peste equina. Ni abrir la boca puedes, no por censura (aquí me callo), sino porque hoy se ensalzan las virtudes de este bicho o hierbajo y mañana te salen cien sesudos estudios alertándote de que te estás metiendo a Satán por la boca.

¿De quién fiarse? Encomendémonos, como siempre en caso de duda, al dinero. Pero la banca se enfanga en nuevos problemas reputacionales cuando no ha superado los antiguos lastres de reprobable conducta; y los mercados naufragan soltando como lastre nuestras pérdidas mientras la contención de tipos que nos resguarda de la inflación nos condena a falta de rentabilidad y nos abandona a la incierta marea de la volatilidad. El horizonte se cierra en nubarrones, y no hay viga ni ladrillo ni cartilla que no sucumba al tembleque del perdedor.

Porque aquí no hay nada que sea tuyo y punto. He ahí el churronut, terrible usurpación (aunque ingeniosa desde el punto de vista comercial de cara al extranjero hambriento) de las rosquillas de San Froilán de las que trata de apropiarse, si no le ponemos remedio, un venezolano instalado en Barcelona.

Menos mal que en este maremagnum siempre nos arropan amigos y quereres. Muchos y grandes, como se pone de manifiesto cuando te llega algo bueno. Tanta gente de bien que se alegra por ti. Que te valora, que te quiere. Por lo que eres, que es la suma de todo lo que has hecho en la vida. Ahí no hay trampas ni escenarios ni circos. Y nadie puede taparlo, por más empeño que le ponga. Que, oye, cuando algo se te pone de cara siempre sale alguna carcoma resentida.

Ni caso. La mezquindad define en toda su patética insignificancia a los miserables que la ejercen, de ninguna manera a quien inútilmente se pretende que la padezca. Como muy bien dice la película de moda, es gente que viene y ¡bah! Moscas. Pesadas, pero moscas al fin.

Rapiña sin límite. Como el caso de los recicladores de ataúdes rescatados del crematorio para ser revendidos. Negocio del negocio de la muerte en el que todos colaboramos absurdamente, como en todos los demás. Y una única conclusión. Lo importante no es el ataúd. Nadie, por más que se lo proponga, puede enterrar la trayectoria ni la memoria del que está dentro. Hay legados que siempre, le pese a quien le pese, estarán vivos. Amén.

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