Diario de León

cuarto creciente

Ciudades vacías

Ponferrada

Creado:

Actualizado:

Primero fueron los pueblos de montaña. Las aldeas escondidas en los valles remotos, mal comunicadas. Cerraron las cantinas, la tienda de ultramarinos, cuando la había, el consultorio médico, las escuelas, sin niños, y la gente se fue.

Después le ocurrió a las cuencas mineras. Lugares prósperos que durante un siglo crecieron al abrigo del dinero del carbón. Allí también cerraron algunos bares, las discotecas, alguna de las cafeterías, dos o tres supermercados, cuando los había. Y el instituto pasó de cancelar su segunda o tercera ampliación a vaciarse de alumnos.

Ahora le llega el turno a las ciudades. Las capitales de provincia, las cabeceras de comarca, como Ponferrada, que durante años absorbieron el éxodo de población de los pueblos de montaña y de las aldeas escondidas en los valles remotos, donde la nieve era un problema en invierno, de las localidades mineras, encogidas por la crisis del carbón, y de la emigración de los jubilados y prejubilados del sector que no se iban al sur buscando el sol y una casa con menor gasto de calefacción.

Esas ciudades como Ponferrada sufren ahora lo que los expertos en demografía llaman segunda oleada de despoblación. Dejan de recibir los flujos de los pueblos y también se encogen. La gente emigra a ciudades más grandes, Madrid, Barcelona, Zaragoza, o a ciudades con mar, más prósperas, Valencia, Bilbao, Málaga, en busca de oportunidades laborales y mejores servicios.

Ponferrada ha bajado esta semana de los 65.000 habitantes por primera vez en quince años. Aquella Ciudad del Dólar que el siglo pasado acogía a los fornelos de la montaña, a los obreros andaluces que venían a trabajar en las obras de Endesa, a las familias de la Minero Siderúrgica que compraban en el economato, aquella población que se extendió por la Puebla y Flores del Sil, Cuatrovientos y La Placa, Fuentesnuevas y en los años recientes del boom inmobiliario por La Rosaleda, donde incluso creció un rascacielos, se hace más pequeña. El que puede se va. Y el que se queda, al menos en invierno, prefiere refugiarse los sábados en el centro comercial, antes que pasear por las calles mojadas del centro. Para no dejarse contagiar por la melancolía.

tracking