Venezuela, una crisis diferente
L a crisis político-institucional en Venezuela es notable en algunos aspectos infrecuentes en estos trances en el escenario latinoamericano, donde todas las características de cambio de régimen por la fuerza (putsch castrense, golpe cívico-militar, magnicidio, insurrección popular..) han sido ensayadas. Esta vez un político en ejercicio, don Juan Gerardo Guaidó Márquez, presidente del Parlamento, ha interpretado la Constitución vigente de un modo que, vista la vacante en la presidencia de la República según su interpretación, ha creído su deber, y su derecho, autoproclamarse jefe del Estado.
El caso sería meramente anecdótico y curioso si la cuestión fuera un amable debate jurídico y no lo que es, un gesto realmente inesperado y todavía uno de los misterios de la situación: cuándo y animado por quién él decidió que podía y debía cubrir el vacío de poder institucional, sabedor de que el régimen no lo aceptaría sin más y que abriría una crisis peligrosa. Fue tal la sorpresa que ni siquiera se ha evocado la vieja teoría que ha cubierto tantos cuadros semejantes en la agitada historia latinoamericana: estamos ante un escenario ideado y manejado por Washington para echar a Nicolás Maduro y acabar con el régimen chavista.
Se ha recurrido a una herramienta muy poderosa y original porque Guaidó es, ciertamente, el sucesor legítimo si no se acepta el barroco escenario paralelo montado por el poder y recibido casi universalmente como una ocurrencia de refundación del régimen desde las bases militantes retóricamente llamadas a escribir una nueva Carta Magna en un sedicente Parlamento reservado exclusivamente al campo chavista militante.
El autoproclamado jefe del Estado, pues, lo que ha hecho en primera instancia es torpedear ese escenario paralelo, quebrar el proyecto neo-chavista acomodado en esa versión a una retórica patriótica de tonalidad abiertamente indigenista. Todo esto, sin embargo, es para iniciados y está servido por la retórica fatigosa y vacía de un poder que se sabe sostenido por las Fuerzas Armadas y por Rusia y, en un tono más discreto pero suficiente, por China. Note el lector que la situación no ha tenido el menor eco en la ONU y la razón es clara: apenas abierta la crisis, Moscú hizo saber, sin duda tras sondear a Pekín, que vetaría en el Consejo de Seguridad cualquier iniciativa antiMaduro que Washington o sus socios presentaran al Consejo de Seguridad. Como funcionario disciplinado que es, el secretario general, António Guterres, hizo saber en su momento con una fría brevedad que el Consejo de Seguridad no celebraría sesión alguna respecto a la crisis. Realismo, frente a Moscú y Pekín, se llama esa figura.