Diario de León

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El voto, para quien lo trabaja

León

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El único aliciente de las campañas electorales es comprobar cuánta grasa se deja por el camino al Gólgota de las urnas. Miguel Martínez, que fue alcalde hasta que se cansó, y de ganar, también, reveló la fórmula del éxito cuando ya había decidido echarse a un lado. Lo esencial es no perder votos, no los que puedas ganar. Mal asunto para los aspirantes de hoy, incluso aquellos que lo van a ser y todavía no lo saben, porque de aquí al 26 de mayo hay una cuaresma larga, como una noche en el paritorio.

No contó Martínez, tal vez porque se lo guarde para las memorias en edición de bolsillo, que lo esencial es forjarse un halo de candidato; que la gente sea capaz de imaginarte en el puesto para el que te postulas. En ese trance, de vuelta al cargo, se encerró en el salón de plenos del Ayuntamiento de San Andrés y empapeló la fachada de pancartas neocatecumenales, exageradas sobre la pinta de casa rectoral que tiene esa vieja sede municipal; Velasco, zapatilla y a Sevilla, y otros lemas que, hilvanados en asonante, acondicionaron el fortín al objetivo de la resistencia: para mostrarse inocente ante la acusación de haberse zampado 20 millones de pesetas en comidas a cuenta del contribuyente cuando estrenó banda y bastón sobre el trípode del CDS, Martínez comparecía en rueda de prensa con el chándal Kelme de Manolo Sanchís y del Real Madrid postraumático de las ligas de Tenerife, firme, en el reto al equipo de gobierno al que exigía cimentar las insinuaciones con las facturas; y recibía en batín, a los barones del PSOE leonés, que sabían mejor que nadie manejar albaranes (Amilivia puede dar fe), y a los mandamases autonómicos, ante esa pose mediática que adquirían las cosas cuando las rebotaban los teletipos más allá de Mansilla; una tarde de sábado, el gentío se entregó a Martínez, en un tris de salir a hombros del encierro.

La exposición pública repercutió tres años después; el tercer municipio leonés volvió al molino socialista en 1999, en un tiempo en el que casi todos los molineros eran del PP. Ni un mitin le hizo falta para inaugurar la saga de tripletes que él mismo concluyó, capaz de decidir la hora de salida; quince días de mayo forjaron la carrera más fecunda que aconteció en León; si a Luis Aznar, claro, no le computan los años de delegado de la Junta.

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