Amenazas para la democracia
E stá claro que, como decía Felipe VI al recibir un premio de juristas de todo el mundo, «no hay alternativa válida a la gobernanza democrática», —por cierto, fantástico y pleno respaldo de Felipe González al Rey, a la Monarquía y a la Constitución e indisimulado varapalo a los nacionalismos y a los independentistas que se la quieren saltar, por cierto, en ausencia de Pedro Sánchez— y que no hay libertad, igualdad y democracia si no hay respeto a la ley al Estado de Derecho. En la Declaración de Madrid de este Congreso Mundial de Juristas se señala que no se puede apelar a la democracia y a la libertad por encima del Derecho ni al margen de la ley, pero también que el poder, además de la legitimidad democrática, ha de ir acompañado de la legitimidad de ejercicio. Y esa solo se gana con ejemplaridad de comportamientos y ética en las decisiones.
De ejemplaridad y de ética se debería hablar en las próximas —bueno, en las actuales— campañas electorales. De la legitimidad del poder y del ejercicio del mismo sujeto a principios de respeto a los ciudadanos. Dicho de otra manera, los distintos líderes y partidos no pueden estar tomándonos el pelo todos los días y apelando solo a los ciudadanos cuando tienen que alcanzar o revalidar el poder y siendo absolutamente poco receptivos a las demandas ciudadanas. No deben y, además, no van a poder hacerlo impunemente.
Aunque partamos del respeto a la ley, especialmente por parte de quienes gobiernan, y de que no hay otro sistema mejor que el que tenemos, algo debe hacerles reflexionar. Una parte muy importante del electorado está cuestionando activamente, y en ello ha tenido mucho que ver la crisis y la desigualdad social creciente, el modelo democrático clásico mientras los partidos miran hacia otro lado. Seguramente se debe, en parte, a la corrupción, pero también a la pérdida de autoridad de los dirigentes. Toda función de poder está perdiendo su «auctoritas» y está siendo sometida a revisión. Esa es la primera brecha que hay que cerrar.
Hay otras brechas que van a ser clave en estas elecciones. La tecnológica y la generacional son seguramente las más importantes. Las campañas clásicas también están muriendo —más si coinciden con Semana Santa— y la batalla estratégica se va a dar en las redes, donde las fake news reinan impunemente. La otra brecha es la generacional. Ni los viejos políticos ni los que ahora dirigen los partidos se han planteado en serio cómo conquistar el decisivo voto joven. La generación de la revolución tecnológica tiene otros intereses. Por ejemplo, tenemos un problema de empleo, pero el trabajo no es una idea-fuerza porque los jóvenes exigen una forma de trabajar distinta. Y ellos van a jugar un papel decisivo tanto si votan y a quién votan como si no. La calidad de la democracia exige integrarlos, no echarlos del sistema.