Diario de León
Publicado por
José Antonio García Marcos Psicólogo clínico y escritor
León

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T engo una relación bastante ambivalente con las nuevas tecnologías y las redes sociales. Por un lado, pienso que éstas son una fuente de distracción y de exabruptos, parecidos a los que pudieran tener lugar en el bar de la esquina en el fragor de una conversación acalorada con unas cuantas cervezas encima y, por esta razón, intento no prestarles mucha atención, lo mismo que tampoco acostumbro a ir de cañas. Por otro lado, creo que no debería mantenerme al margen porque, en determinados momentos, pueden resultar una fuente de información de primer orden y, además, es conveniente no quedarse descolgado de los avances tecnológicos que facilitan la vida a todos los niveles.

Dicho esto como preámbulo, hace poco el escritor Arturo Pérez-Reverte se quejaba en un tuit del aluvión de relatos que últimamente llevaban por título la palabra Auschwitz, sin duda para captar la atención de los posibles lectores. Reconozco que el tuit me pareció gracioso y original, sobre todo por los oficios que se inventaba: la bibliotecaria, la bailarina, el tatuador o el mago de Auschwitz. Pérez-Reverte es un tipo que, además de escribir bien, tiene una lengua muy afilada y un gran sentido del humor, cosa que siempre hay que agradecer en un escritor. También me pareció adecuada la reacción del Memorial de Auschwitz que le exhortó a no banalizar el sufrimiento de las víctimas. Posiblemente el escritor se limitó a lanzar un crítica sibilina contra los profesionales de la escritura que se aprovechan del horror para hacer caja. No me considero en absoluto un experto en Auschwitz, pero pasados unos días me di cuenta de que dos de mis cinco libros publicados (una novela: Hadamar primero, Auschwitz después, Valencia 2000) y un ensayo (Hadamar, Treblinka y Auschwitz: De la «eutanasia» a la «solución final» , La Granja, 2013) llevaban en su título el nombre del campo de concentración y de exterminio nazi. ¿Cómo he llegado yo, un psicólogo clínico, a escribir sobre Auschwitz?

Recuerdo que a mediados de los años 90, después de haber publicado, junto con otros colegas de la profesión de Salud Mental, una investigación sobre el suicidio, un acto extremo de violencia contra uno mismo, me dispuse a realizar, ahora en solitario, otra sobre violencia y enfermedad mental. Entonces trabajaba en la Unidad de Hospitalización Psiquiátrica de Segovia, donde muchos de los pacientes que allí ingresaban lo hacían para intentar prevenir actos de violencia, bien contra ellos mismos o contra su entorno más inmediato. Por otra parte, pensaba analizar también si los pacientes psiquiátricos ingresados mostraban más conductas violentas que los que estaban en Medicina Interna o en Cardiología. Revisando la bibliografía, en español, inglés y alemán, me encontré, por casualidad, con el episodio de mayor violencia de la historia ejercido contra los enfermos mentales. Fue durante el tercer Reich. Yo había estudiado Psicología durante tres años en la Universidad de Munich y nunca había oído hablar nada de lo ocurrido con estos enfermos. A mediados de los 70 el silencio al respecto era sepulcral en Alemania.

El tema es tan apasionante que me ha tenido atrapado durante más de una década y el resultado son dos novelas, dos ensayos y numerosos trabajos en revistas del pensamiento (Claves de Razón Práctica, Raíces o Medicina&Historia, entre otras) así como artículos de opinión en la prensa diaria. Tengo el honor de ser el ciudadano de este país que más ha investigado y publicado sobre esta cuestión. El primer genocidio que planificó y ejecutó la dictadura de Hitler no fue el genocidio judío (Auschwitz es su máximo símbolo, aunque Treblinka le supera en horror), sino otro anterior dirigido contra los alemanes más indefensos, aquellos aquejados de enfermedades mentales graves e incurables como esquizofrenia, psicosis maniacodepresiva, epilepsia o alcoholismo crónico y personas con malformaciones físicas y psicológicas. Si exceptuamos la llamada Noche de los Cuchillos Largos, donde fueron vilmente asesinados los cabecillas de las Tropas de Asalto (SA) porque suponían una amenaza al liderazgo de Hitler, el primer asesinato masivo del nacionalsocialismo alemán tuvo como objetivo los enfermos mentales incurables que se encontraban recluidos en los manicomios del país. Las cámaras de gas y los hornos crematorios se instalaron en seis hospitales psiquiátricos y su experiencia fue de vital importancia para, posteriormente, planificar el exterminio de los judíos europeos. No sé si Pérez-Reverte conoce esta conexión entre el programa de eutanasia (con este eufemismo embellecieron los nazis el asesinato masivo de enfermos incurables) y el exterminio de los judíos europeos pero soy de la opinión de que sobre Auschwitz hay todavía muchas historias que deberían ser contadas.

El otro día, viendo la gala de los Goya, me acordé de Hadamar (el hospital psiquiátrico que simboliza este genocidio) mientras intervenía el actor Jesús Vidal. El nazismo se sustentaba en tres palabras: selección, exclusión y exterminio. Una sociedad democrática, por el contrario, se debe asentar en la inclusión, la solidaridad y la igualdad de oportunidades. El galardonado actor lo expresó mejor: inclusión, diversidad, visibilidad. La democracia, con todos sus defectos, es moralmente superior al fascismo y la literatura, la buena y la menos buena, deberían recordarlo de vez en cuando.

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