Diario de León

TRIBUNA

Sobre nacionalismos y patriotismos

Publicado por
Julio Ferreras educador, excatedrático de IES
León

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P arece bastante evidente que se puede hablar de dos clases de nacionalismo y de patriotismo; uno, auténtico, solidario, incluyente y pacífico, y otro, disfrazado, insolidario, excluyente y peligroso. El primero sería aquel que se basa en la unidad y el sentimiento comunes a todo un pueblo o conjunto humano que comparte una lengua, una cultura, un pasado, etc., y se presenta, en el mundo, ante otros nacionalismos y patriotismos semejantes con el fin de aportar la singularidad y la riqueza específicas de todo un pueblo o nación. Este nacionalismo democrático y tolerante enriquece al conjunto de naciones y debería llevar a la unión de naciones y pueblos en el planeta; por eso decía Gandhi «mi nacionalismo es tan amplio como el universo». En eso consiste el progreso y la evolución de la humanidad: en la unión y la cooperación, no en la separación y los enfrentamientos.

En cuanto al nacionalismo y el patriotismo que denominamos disfrazado, insolidario, excluyente y peligroso, surge, por un lado, de fomentar la provocación en lugar de la unión, o de vivir —como dice el físico David Bohm— en una «conciencia fragmentada», separada; y por otro lado, surge también de los abusos de poder que llevan a extremismos y fanatismos como «salvar la Patria» (la que entiendo solo «mía», no la Patria de todos), o «salvar lo mío» (mi lengua, mi cultura, mi pasado), por oposición a lo común y a lo de todos. Este debía ser el nacionalismo que denominaba Einstein como el «sarampión de la humanidad», un nacionalismo dogmático y desintegrador que puede degenerar en racismo.

Llevado esto a nuestro país, parece también evidente que nos referimos al nacionalismo catalán y al patriotismo español. El nacionalismo catalán (en especial, el referido al que desea su independencia de España) está cometiendo multitud de errores, lo que evidencia tanto su torpeza y su disfraz como su egocentrismo, y quizás también, su anacronismo (pues vivimos en unos tiempos en que, a pesar de las dificultades y las resistencias, todo tiende a la unión, no a la separación). Y en cuanto al patriotismo español (no el que defiende la Patria de todos, sino la de unos pocos, la de los menos patriotas, la de los corruptos y los que evaden su dinero o los que siembran el odio entre compatriotas, es decir, los «patrioteros» o fanáticos según el diccionario), ¿no es este, acaso, el patriotismo que defienden con frecuencia los más conservadores y reaccionarios (en política, en economía y en religión) y los que se oponen o no colaboran en todo cambio social que trate de mejorar las condiciones de los más necesitados? ¿No es esta también una de las mayores lacras de nuestra historia?

Este patriotismo disfrazado, insolidario, excluyente y peligroso, se está haciendo presente, en nuestro país, muy en especial en estos momentos con las graves consecuencias sociales que ello entraña. Este falso patriotismo suele apelar a la veneración, y lo que es peor, a la apropiación y el uso partidista de símbolos e insignias nacionales que pertenecen a todos, como las banderas y los himnos, incluso a la Constitución y las leyes, utilizándolos de excusa a la incapacidad y a la falta de voluntad para solucionar los problemas sociales y para tratar de buscar el mayor bien de todos. ¿No es, pues, urgente que los propios ciudadanos de bien despierten y descubran si esos falsos nacionalismos y patriotismos están o no presentes en los que gobiernan y en los que aspiran a gobernar?

Solo la sensatez, la cordura, la responsabilidad y la generosidad de los ciudadanos pueden guiar a nuestro país a un futuro mejor y más solidario, y tan necesario en momentos cruciales como el actual. Para ello, sería conveniente ampliar nuestra visión del mundo comenzando a desarrollar la ciudadanía mundial (una tendencia irreversible en el mundo del siglo XXI), por encima de todo nacionalismo y patriotismo disfrazados, y asimismo a acrecentar los sentimientos de hermandad, de armonía y de solidaridad entre todos los ciudadanos de una misma nación, y entre todas las naciones y pueblos del mundo. En este sentido, lo que el pueblo español decida en los próximos meses va a condicionar nuestro próximo futuro, y quizás también el de otros pueblos; la responsabilidad es, pues, grande, y es una responsabilidad personal y a la vez social. ¡Que nadie deje de aportar su grano de arena al bien de todo el país, de acuerdo a su conciencia!

Por tanto, este pueblo español nuestro debería superar todo nacionalismo y todo patriotismo excluyentes e insolidarios, que solo pueden llevar a un retroceso y una involución de la sociedad, y que, en nuestro país, han sido la causa de tantos enfrentamientos y desafíos. Como decimos, en este siglo y muy a pesar de unas apariencias a veces contrarias, hay una tendencia irreversible a la unión de los pueblos, a una mayor comunicación y unas relaciones cada vez más globales y responsables, como consecuencia del progreso general —y también irreversible— de la propia humanidad. Esto significa que los pueblos comparten cada vez más destinos y trayectorias comunes, porque todos pertenecen a una misma raza: la raza humana. ¿No deberían estar presentes más que nunca estos pensamientos en la mente de los españoles, en las diferentes citas electorales que se avecinan, mejor que los pensamientos relacionados con ese nacionalismo y ese patriotismo retrógrados?

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