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León

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Mi paupérrima relación con las armas se limita a dos episodios. Cuando apuntaba al palillo observado por el feriante —qué rabia que mi hermano siempre acertaba— y el día que descubrí a mi hijo a moco tendido en el sofá al enterarse de cómo habían asesinado a la madre de Bambi.

A estas alturas resulta difícil escribir algo nuevo sobre el auto del TSJ contra la caza —que ayer rebotó cual proyectil en la roca—. Pero, buscando con la mira un enfoque más abierto, quizá todo esto encubre algo mucho más peligroso y que pasa por una especie de guerracivilismo ideologizante que amenaza permanentemente la convivencia a golpe de buscar armas arrojadizas entre unos y otros.

Prevaricación es algo así como tomar una decisión a sabiendas de que es injusta. Y estos días se ha probado sobradamente con datos económicos el daño del auto judicial, y también los perjuicios a la naturaleza con los desequilibrios, y a las cabañas ganaderas, por ejemplo con la transmisión de enfermedades de todo tipo. Parece que alguien debería ser responsable de esa auténtica jauría de conflictos sin control. El buenismo tiene consecuencias y en todos los asuntos no es malo depurar responsabilidades.

Me sorprendió escuchar el otro día a un comentarista de una emisora explicando que el auto podría ‘rozar’ la prevaricación. La autocensura es máxima en España cuando se valora la Justicia. Y eso tiene consecuencias. Si se repasan los 40 años de democracia son prácticamente nulas las condenas o sanciones a quienes minan —como yo el palillo del feriante— derechos o libertades, incluso de los puestos en claro en la propia Constitución.

Y lamentablemente el daño es notable. Seguro que existe un error en el decreto, reglamento o lo que toque. Pero lo burocrático al final se arregla con retoques burocráticos. Aquí se hace bueno lo de matar moscas a cañonazos. Si el decreto está mal hecho habrá que subsanarlo. Pero no parece lógico generar un tsunami para reconducir una gota, provocar una injusticia de consecuencias ingentes si se quería hacer verdadera justicia.

Dice la sabiduría popular que no se puede poner la zorra a cuidar el gallinero. Quizá en la democracia española debería mejorarse la fórmula para que todos los que disparan sean responsables. Todos, salga el tiro de dónde salga.