Diario de León

SEGURIDAD Y DERECHOS HUMANOS ?ARTURO PEREIRA?

La deuda impagada

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T odos somos deudores. Nuestras vidas son un proceso continuo acumulativo de deudas. Recibimos más que damos, no solemos ser generosos, siempre nos quedamos escasos a la hora de retribuir a los demás. No agradecemos suficientemente lo que hacen por nosotros, no queremos suficientemente a los que nos quieren, parece ser una ley de vida que invariablemente acompaña al ser humano.

Si no fuera porque esta actitud se ve corregida por la necesidad de convivir los unos con los otros, la raza humana no habría pasado de sus albores. Sólo la conclusión racional de la dependencia o mejor interdependencia entre nosotros, monos evolucionados, ha hecho posible la pervivencia de la especie.

Todavía existen personas, seres asociales que consideran que no deben nada a los demás. Entes carentes de todo atisbo de empatía y solidaridad. Algunos de nuestros congéneres piensan que no sólo no necesitan del prójimo, sino que la sociedad les debe un gran favor por existir y encontrarse entre nosotros.

Fruto de una autosuficiencia que raya en la locura, algunos de nuestros conciudadanos entienden la convivencia de una manera muy peculiar. Me refiero a aquellos de los que todos en algún momento nos hemos referido a ellos realizando comentarios del tipo de: ¡qué persona más rara! o simplemente,! qué tipo más inaguantable!

Esto congéneres son los mayores morosos sociales. Además de beneficiarse de todo lo que implica la vida en común, nos agrian con sus rictus hieráticos lo cotidiano, lo normal, con sus buenos y sus malos momentos. ¿Quién entre nosotros no ha cambiado su temperamento ante tales individuos?

En esta clasificación se encuentran aquellos que se creen permanentemente en posesión de la verdad, los que no escuchan nada más que sus argumentos o desprecian todo aquello que no sea su forma de entender la vida. Generalmente esto desemboca en un sociópata que genera graves problemas a la comunidad.

Junto a este parásito del capital social se encuentran aquellos otros ciudadanos, estos son una categoría distinta, que también van acumulando deudas con la sociedad y que sí son conscientes de ello. No me atrevería a decir que se trata de un grupo de los que no reportan nada a la sociedad, pero sí que considero justificado afirmar que son indolentes ante las mínimas normas de convivencia.

Me refiero a aquellas personas que anteponen sin ningún tipo del sentido de la culpabilidad sus intereses al bien común. Es bien sabido que todo el mundo va a lo suyo, todos pretendemos hacer valer nuestros intereses por encima de los demás. Pero, la diferencia entre unas personas y otras radica precisamente en la autoimposición de límites para conseguir nuestros objetivos.

No hace falta que traslademos nuestra imaginación hacia conductas especialmente importantes o graves. Tomemos por ejemplo los que sacuden las sábanas o escobas desde sus ventanas de forma clandestina en un intento de no ser detectados por los viandantes destinatarios de sus detritus.

Esta acción denota una falta de consideración radical hacia los demás. Es curioso apreciar la celeridad y alevosía con que tales hechos discurren, e incluso la maestría adquirida por los ejecutores con el fin de no ser descubiertos. Bien, es una forma de acumular deuda social, a tantos como les hagamos destinatarios de nuestra basurilla irán sumando débito a nuestra cuenta.

Otro ejemplo claro de este subtipo de ciudadano es el que ayudado por sus mascotas va abonando nuestras calles con excrementos. Ni la agricultura ecológica está abonada de forma tan natural como nuestras aceras. Quisiera pensar que los propietarios, no las mascotas, no son conscientes de la insalubridad que generan, pero es imposible que no vean el sembrado de excrementos que a modo de minas antipersona van aculando en la vía públicas. Su indolencia es muy significativa.

En fin, todos hacemos cosas mal, todos somos morosos, pero quizás con un poco de conciencia cívica pudiéramos hacernos los unos a los otros la vida más fácil.

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