Diario de León
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EL MIRADOR FERMÍN BOCOS
León

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L a muerte de José Pedro Pérez-Llorca, es fuente de dolor y tristeza para quienes como amigos le admirábamos y queríamos. Los despachos de prensa le recuerdan como uno de los padres de la Constitución, diplomático, ex ministro de Asuntos Exteriores y jurista eminente. Todo son títulos que acreditan la brillante trayectoria pública de este gaditano insigne. Pérez-Llorca, a quien los periodistas que vivimos con entusiasmo la Transición bautizamos como «el zorro plateado» —aludiendo a su elegancia y agudeza intelectual—, era por encima de todo un humanista. Un hombre con la arquitectura mental y la formación de un renacentista. Como político desplegó rigor e inteligencia construyendo puentes hacia la Europa democrática a la que España quería parecerse. También remó a favor de estrechar lazos con los EE.UU. Y no era tarea sencilla porque eran aquellos los tiempos en los que España salía del franquismo y las izquierdas, PCE y PSOE y una miríada de pequeñas organizaciones que se reclamaban o trotskistas o maoístas transitaban por calles empapeladas con eslóganes de «no» a la Otan.

En medio de aquel torbellino de política al rojo vivo Pérez-Llorca consiguió hacerse respetar por su seriedad, conocimientos jurídicos y mano izquierda. Tengo para mí que su finísimo sentido del humor —Cádiz, marca—, le ayudó a salir airoso de negociaciones muy complejas.

Quienes desde posiciones políticas antagónicas intentaban tumbar al Gobierno de la UCD siempre reconocieron el talento de Pérez-Llorca y su seriedad a la hora de negociar. Queda, para la Historia, su participación como ponente de la comisión que elaboró la Constitución. Y podía haberse quedado ahí, pero cumplida la tarea del político, en la estela de aquellos personajes de la Roma de los primeros tiempos, regresó a la vida privada para crear uno de los despachos de abogados más prestigiosos de España.

Ha tenido una vida intelectualmente fértil. La Historia le apasionaba. Estuvo investigando todo lo que rodeó el día a día de cuando las Cortes de Cádiz y escribió una monografía llena de aportaciones que en parte fue texto de una de sus brillantes intervenciones académicas. Como presidente del patronato del Museo del Prado impulsó con discreción y acierto los numerosos actos del segundo centenario de nuestro gran museo. Muchas de las cosas que hizo en este paso suyo por la vida no habrían culminado en aciertos de no haber tenido cerca a Carmen, su mujer. Su dolor y su tristeza es el de muchos españoles que admirábamos a José Pedro.

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