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León

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S i lo pensamos fríamente el urogallo cantábrico es una especie abocada a la desaparición por méritos más que propios. Al margen de la presión cinegética de la que ha sido objeto antes de ser declarada especie en extinción, es carne de cañón para los depredadores, ya que es el último ‘mono’ de la cadena trófica —no se enfrentaría ni a un ratón—, a los que da continuas pistas de su existencia cantando, en el caso de los machos, y los que facilita mucho las cosas nidificando en el suelo, en el caso de las hembras. Además, su tasa de reproducción es anormalmente baja, y por si eso no fuera suficiente, casi no vuela, debido a su gran tamaño, lo justo para estamparse contra tendidos eléctricos, vallados ganaderos o las cuestionadas torretas eólicas.

Esta evidente fragilidad, unida a la falta de un hábitat adecuado, está conduciendo a la especie a la desaparición, una situación mucho más difícil de abordar que en otras especies más fuertes, como el oso o el lobo, cuya tendencia ya se ha revertido. Tras el fracaso del programa Life + Urogallo Cantábrico, que entre el 2010 y el 2016 invirtió casi siete millones de euros, el Ministerio para la Transición Ecológica declaró al urogallo hace casi un año especie en situación crítica de extinción, lo que obliga a establecer una estrategia nacional cuya primera medida fue elaborar un censo que se encargó a las comunidades autónomas implicadas.

Hace un mes se conoció el resultado de este conteo, que arrojó la existencia de 292 ejemplares en toda la Cordillera cantábrica, el 80 por ciento de ellos en la provincia de León. Aquí acaba la estrategia nacional, ni una medida más se ha puesto sobre la mesa, a excepción de un nuevo centro de cría del que no se ha vuelto a tener noticias y casi mejor a la vista de lo poco efectivo que es el de Asturias.

No entiendo para qué tiene el ministerio a un grupo de asesores expertos para cada especie en peligro de extinción, que en el caso del urogallo está compuesto por doce profesionales, a los que nunca se les convoca a ninguna reunión, ni se les escucha ni, a mi juicio, se les respeta. Mientras que el urogallo se debate entre la vida y la muerte —literal—, su conservación se enfrenta a golpe de decisiones políticas dejando de lado la opinión de las personas en cuyo trabajo, experiencia y conocimiento está la posible ecuación que logre revertir el declive poblacional de esta emblemática especie.

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