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Publicado por
MARÍA J. MUÑIZ
León

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Para conseguir el objetivo es necesario ser valientes todos los días. No es algo que se haya descubierto hace ahora un año ni que no vengamos poniendo en práctica desde hace décadas. No es una moda, aunque los acontecimientos recientes le hayan dado fuelle. No es una lucha que esté tocando a su fin, ni de lejos. Se saca pecho en el avance logrado en algunas batallas, pero la guerra nos la siguen sirviendo calentita cada día. Ni se puede ni se quiere bajar la guardia. Esto, en realidad, no acaba nunca.

Que la lucha no tenga fin no quiere decir que haya que rendirse. Al contrario. Es en las carreras de fondo en las que mejor hay que medir las fuerzas, y también racionalizar las armas y herramientas para que no se agote-n antes de tiempo. Porque todo avance es un triunfo, aunque el fin siga quedando lamentablemente lejos, inexplicablemente inalcanzable por el momento.

Es el convencimiento inasequible al desaliento de much@s el que ha forjado, y seguirá haciéndolo, el avance en la igualdad. También el que se practica cada día sin etiquetas ni estereotipos. Sin más hábito que el de la razón, el sentido común, y un esforzado empeño por poner en valor lo que creemos que tiene que ser, le pese a quien le pese. En buena parte de las ocasiones, sin gritos, sin eslóganes y sin proclamas. Sin protagonismos. No digo que no sean a veces necesarios o no vengan bien, pero no deben ningunear otras formas de fijar baldosas en el camino del avance.

Ayer el mundo volvió a teñirse de morado por fuera. Toca sacar los colores que llevamos dentro, el morado de los golpes que nos han dado por ser lo que creemos y queremos, y no lo que se espera (¿o no?) de nosotras. El hematoma de no ser tenidas en cuenta para crecer laboralmente porque aquí las carretas que tiran son otras. El chichón de los insalvables techos de hormigón, en cuyo piso de arriba tiemblan a saber qué temores. El estigma que tiñe de hormona la reivindicación justificadamente airada. La lágrima (sí, lloramos) que brota de la injusta balanza que echa por tierra nuestros méritos.

Las cicatrices del pulso contra la sinrazón y la mezquindad de un corporativismo de temerosos que es a menudo de género, pero no sólo. Da igual.

Existen mil formas de luchar por la igualdad y la justicia. Muchas se ejercen a diario sin pancarta. Ninguna sobra.