TRIBUNA
Estabilidad
N os viene al recuerdo un directivo de Caja España que recién nombrado director de recursos humanos dedicó los primeros días a viajar y visitar varias cajas de ahorros para mantener reuniones con sus representantes sindicales, sin haberlo hecho antes con la representación social de Caja España y con quienes habrían de ser sus colaboradores. Poco a poco fue introduciéndose en el día a día, hasta que por fin decidió reunirse con responsables de departamentos y coordinadores de recursos humanos para dar a conocer los objetivos y actuación de la división que dirigía.
Comenzó disertando sobre filosofía y principios de la empresa, destacando, a su criterio, las cuatro ‘E’: Estilo, Experiencia, Estructura y Estrategia. Nada nuevo que no supieran los allí presentes. Al terminar su exposición, uno de ellos se atrevió a decir que faltaba otro principio que también empezaba por ‘E’, a saber, Estabilidad, y que era en aquel momento del que más necesitado estaba la caja. No le gustó la apreciación. Al salir de la reunión hubo compañeros que se descojonaban (perdón por la expresión), pero así ocurrió, entendiendo, a la vez, que había sido demasiado arriesgada aquella observación. El referido directivo cogería el gusto por viajar, trabajar poco, ganar buen sueldo y aparentar cierto adanismo. Hoy es conocido el final de Caja España.
Sirva lo referido como aviso de lo que puede ocurrir con España de seguir en la presidencia del gobierno Pedro ‘Colchón’. Una persona sin preparación ni cualificación; el menos leído y más inculto de cuantos han alcanzado tan alta responsabilidad en toda la historia de España; dedicado a viajar, posar y figurar como un maniquí de escaparate; entrenado en largas y cuidadas sesiones para corregir sus maneras autoritarias, modales excéntricos y tonos chirriantes; curtida su piel recientemente, al parecer, con retoques estéticos con los que eliminar las huellas del acné para mejorar su imagen personal; y apoyado, en su des-gobierno, por un ‘totum revolutum’ cuyo único fin es desestabilizar el orden establecido y romper la unidad de España.
España necesita estabilidad política, estabilidad económica y estabilidad social, además de estabilidad personal en sus dirigentes.
Estabilidad política. La Transición trajo a España, producto del acuerdo, el consenso constitucional y una estabilidad política que ha durado casi cuarenta años. Un legado que a partir de finales de 2003, tras la firma del Pacto del Tinell auspiciado por el zapaterismo excluyente, empezaría a quebrarse, y que desde junio de 2018, tras la moción de censura protagonizada por el sanchismo radical, ha entrado en fase terminal. Del bipartidismo, donde la alternancia en el gobierno del Estado giraba en torno a un eje constitucionalista izquierda-derecha, se ha pasado a un pluripartidismo donde la política se ha polarizado en dos bloques, cuyo eje de gobierno es rupturistas-constitucionalistas. El PSOE, mutado en PS, alejado de la socialdemocracia y secuestrado por el sanchismo, se ha apartado sospechosamente del constitucionalismo para alinearse con republicanos populistas, independentistas, anarquistas, filoterroristas, y ‘las otras derechas’: la egoísta vasca y la insolidaria y golpista catalana; todos en el polo rupturista. Frente a ellos, en el otro polo, y contrarios a la recuperación de un estatut inconstitucional, los tres partidos nacionales, constitucionalistas y garantes de la estabilidad política: PP, Cs y Vox.
Estabilidad económica. La transición proporcionó a España, con los Pactos de la Moncloa, estabilidad económica. Sin embargo, el felipismo vaciaría las cuentas de los pensionistas, saneadas por Aznar; y más tarde el zapaterismo metería a España en una crisis sin precedentes, salvada por Rajoy. Hoy, otro socialista, Pedro ‘Dedazos’, déspota y con ideas y planteamientos económicos retrógrados, quiere devolvernos al pasado. Más gasto, más déficit, más deuda, más impuestos y más paro. Es fácil adivinar el final: inestabilidad económica y recesión. La ‘fiesta’ la pagarán los de siempre, las clases medias, especialmente funcionarios, asalariados, autónomos y pequeñas empresas.
Estabilidad social. La transición también procuró concordia y armonía entre los españoles. Desde entonces, la sociedad española ha gozado de una estabilidad social que se ha prolongado hasta fechas recientes, cuando algunos se han propuesto finiquitarla. El golpismo catalán encabeza y protagoniza la ruptura social, junto a los que les jalean y alientan, sin que el sanchismo gobernante dé claras muestras por sofocar la rebelión. El objetivo es resucitar las dos Españas, dividir a los españoles y retroceder ochenta y cinco años a un pasado del que solo se recuerda su lado más siniestro.
Estabilidad personal. Dirigentes políticos sin una acreditada estabilidad personal deberían estar incapacitados para desempeñar cargos públicos. Personas sin principios ni valores deberían ser apartadas de toda actividad política, así como quienes presenten trastornos de personalidad. Rasgos egocéntricos, ególatras, yoistas, egoístas, narcisistas y actitudes que adulteran la realidad, enmascaran carencias y proyectan debilidades y patologías en los adversarios políticos no son la mejor carta de presentación. «Se da la paradoja de que queriendo fórmulas de estabilidad se tienden a seguir conductas que se caracterizan por su inestabilidad» (D. Díez Llamas).
España necesita estabilidad política, económica y social, así como ser gobernada por políticos juiciosos. Con un presidente ‘low cost’, España quedará desestabilizada, mal gestionada, fracturada y desaparecida. Como le sucedió a Caja España.
Nuestros hijos y nietos se merecen mejores políticos y mejor futuro.