LA LIEBRE
Historias de cuna
La procesión de los pendones por la carrera de San Jerónimo adelante camino del Congreso de los Diputados sirve para engordar el álbum de cromos de la Cuna del Parlamentarismo. La escena de la escalinata, con las banderas de nuestros abuelos enhiestas al cielo de Madrid y los Decreta declamados por políticos y personalidades como si leyeran la carta de San Pablo a los Efesios, quedará en el recuerdo como la jornada en la que terminaron por hacer justicia a León los mismos que durante las últimas décadas han contribuido a diluir la identidad leonesa, bastardear los símbolos para almenar sus horizontes y motejar de paletos con boina a quienes defendían los valores de la historia como palanca de impulso. Tiene gracia. El estandarte del leonesismo izado en el Parlamento completa un recorrido que hace años comenzó como una reivindicación de iluminados. Tiempo después, la pugna callada que llegó hasta el título de la Unesco gracias a aportaciones tan determinantes como la de Rogelio Blanco, se ha confirmado como un reconocimiento que afianza su poder en la tierra y mantiene su representación en las juntas vecinales, herederas de los concejos abiertos en los que los hombres buenos se sentaban en corro para decidir los asuntos del común.
Pero la cuna del parlamentarismo, arrullada en esas cortes de 1188 en las que Alfonso IX invitó a la burguesía a sentarse junto al clero y la nobleza porque necesitaba dinero y temía verse descabalgado del trono por su madrastra Urraca, se queda por ahora en el escaparate y ni siquiera abarca todo lo que fue el Reino de León. La estrechez de miras de quienes ordeñan el reconocimiento a golpe de fotografía, la mayoría de las veces lograda de rebote, como cuando Rajoy le atribuyó el título al Reino Unido y luego vino aquí para arreglarlo, esconde la ausencia del trabajo necesario para lograr que se plasme en los libros de texto y deje de ser una curiosidad de andar por casa que se cuenta con entusiasmo a las visitas. El empecinamiento en diluir la cultura en el folclore, en lugar de priorizar el orden correcto de los factores, rebaja la importancia histórica de los Decreta al nivel de la leyenda del Santo Grial, que se vende mejor y suena más hollywoodiense. No hay poso alguno en la estrategia, si es que existe. Sólo se analiza el corto plazo. La historia no es como nos la quieren contar.