Pero ¿se van o se quedan?
L a gente de a pie —e incluso algunos de los que todavía andan en coche— se preguntan si al fin los británicos se van de Europa o se quedan en su isla, con su niebla y sus nostalgias de grandeza imperial cada día venidas a menos. ¿Quién te ha visto y quién te ve?, el Reino Unido venido a menos, sumido en la confusión, dominado por la inconsciencia social, su flema vencida por el fanatismo, exportando imagen de ‘desmadre’ político como diría un mariachi mexicano.
Aquí, en el continente, donde vivimos muy bien sin sombrero de copa ni paraguas, no se entiende nada de lo que está pasando en la City, donde la ropa no les llega al cuerpo, y sobre todo en sus alrededores. Cosas de República Bananera, de excolonia descarriada, de vergüenza ajena. Nadie parece entender en este Londres mitificado, que antes emanaba imágenes de seriedad y endogamia cultural. Todo cambia y en la Gran Bretaña resulta que también. El país más conservador.
Ahora su vida política, tradicionalmente tan ceremoniosa y empelucada, es un caos. Todos gritan y nadie tiene razón. Westminster es lo más parecido a una olla de grillos, con perdón para el reino de los insectos ruidosos. Nadie se aclara en aquel batiburrillo dentro de la Gran Bretaña con lo que está pasando y visto desde la distancia, aún nos aclaramos menos. Menudo desconcierto entre el ‘brexit’ duro, ‘brexit’ blando, nuevo referéndum y dar marcha atrás. No es de extrañar que a Theresa May la agobie tanto la ronquera.
Muchos nos preguntamos a veces, ¿qué pasaría si este show surrealista se produjese en España? ¿Quién oiría a los británicos reírse flemáticamente de nuestra siesta, de nuestra propensión a discutir en voz alta, de nuestro empeño por olvidarnos de Trafalgar y de reivindicar la devolución de Gibraltar? ¿Y quien nos escucharía a nosotros también, despotricando las veinticuatro horas contra nuestra propensión a la anarquía, a tirar cada uno por su lado, a hacer el ridículo ante la comunidad internacional? Ante un espectáculo similar muchos no nos atreveríamos a cruzar, sin sonrojarnos, la frontera de Hendaya. Nadie es más que nadie y los ingleses, aunque se lo tenían creído históricamente, tampoco. Se beneficiaron a trancas y barrancas de dos décadas de la Unión Europea, frenaron cuanto pudieron sus objetivos y ahora nos mantienen en vilo, unas veces diciendo que se van, otras que se quedan, y otras todo lo contrario. Los británicos siempre ejercieron de diferentes conduciendo por la izquierda.