Diario de León
Publicado por
Héctor Bayón Campos Licenciado en Historia
León

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S abemos que la pasión por el dinero es la metrópoli de todos los males. Pero seamos sinceros, todos preferimos ser ricos antes que ser pobres. Y es que el ser humano es un animal de costumbres… ¡y qué dura costumbre es la de tener que alimentarse cada día! De acuerdo, la pobreza no es una buena compañera de viaje. Sin embargo tener una codicia desmedida tampoco nos ayuda a llegar a buen puerto. La historia nos ha dado buenos ejemplos de ello ya que la avaricia, ese afán excesivo de poseer riquezas, ha llevado a la perdición a numerosos gobernantes. Por eso, para este último cuento he decidido contar con la presencia de todo un ‘Grande de España’. D. Francisco de Sandoval y Rojas, más conocido como el Duque de Lerma, será el avaricioso protagonista de este cuento llamado La burbuja cortesana.

Desde su más tierna infancia Francisco ya deseaba poseer. Sonaba la campana, y llegaba la hora del recreo; pues él se las ingeniaba para pegar «mordidas» —nótese la ironía— a los bocadillos de los demás. Volvía a sonar la campana, y varios compañeros de clase llegaban tarde al aula… ¿quién los iba a delatar? Pues el típico niño «pelota» que ejercía de delegado, un pequeño tirano llamado Fran. Pero aunque siempre fue un chico repelente se supo ganar la confianza del heredero a rey de las Españas: el futuro Felipe III. Un niño bastante pasota al que manipulaba como quería. Los dos compartían pupitre ya que los padres de ambos se conocían.

En cierta ocasión la maestra, que era de Mansilla de las Mulas, preguntó a sus alumnos: —«¿Qué queréis ser de mayores?». Algunos contestaron que diplomáticos, otros dijeron que querían ser conquistadores como Hernán Cortes. Pero Francisco contestó alto y claro: —«Yo quiero ser concejal de Urbanismo». Los demás chavales quedaron atónitos y el príncipe Felipe —no confundir con el actual rey—, que quería reinar mucho pero gobernar poco le comentó entusiasmado: —«Te necesito en mi candidatura a Rey de España». Sin embargo a Felipe II no le convencía esta amistad y más de una vez le dijo a su hijo: —«Desengáñate, que solo te quiere por tu dinero y poder». Pero él estaba ciego y siguió apostando por esta relación (amistosa).

En 1598 moría Felipe II pensando que lo dejaba «todo atado y bien atado» pero menudo «marrón» que le iba a endosar a su hijo. El país sufría un crecimiento exponencial de la deuda pública y la población (sobre todo la campesina) emigraba a las Indias porque aquí cada vez se pagaban más impuestos. Normal, a Felipe III esta «herencia recibida» se le atragantaba. Menos mal que por allí estaba su amigo de la infancia para echarle una mano… a la cartera. En 1599 fue nombrado Duque de Lerma y desde ese instante comenzaría su carrera meteórica.

La electricidad todavía no había llegado a España pero los enchufes sí. Los familiares de D. Francisco dieron fe de ello porque en la corte casi todos los cargos tenían algo en común: el apellido Sandoval. Sin embargo él aspiraba a ser algo más que un estadista. Quería ser un hombre del Renacimiento, como Leonardo da Vinci. Por eso intentó diversificar sus fuentes de riqueza. El «pelotazo urbanístico» fue una de ellas. En 1601 empezó a lanzarle indirectas al rey, como si fuera Gila, para que trasladara la capital del reino a Valladolid. Las sobremesas se las pasaba diciendo en voz alta: —«Alguien necesita un cambio de aires y no me gusta señalar». Felipe III pronto captaría el mensaje y posteriormente le diría a su corte: —«Marchemos francamente, y yo el primero, para Pucela».

Previamente «el Duque» había comprado unos terrenos en la ciudad del Pisuerga y pretendía venderlos en un futuro al mejor postor. Claro, con la llegada de casi 40.000 personas el precio del suelo se elevó ¿y quién se benefició de todo esto? Pues el primer promotor inmobiliario de este país, un tal D. Francisco de Sandoval y Rojas. Aunque él siguió con su lucrativo negocio porque no habían pasado ni cinco años y ya le decía a su amigo Felipe III: —«Me gustaría volver a la cuna del requiebro y del chotís». Y el rey, que era un poco marioneta, asintió canturreando: —«Pues nos vamos pa’ Madrid y sin remordimientos».

Se había vuelto a salir con la suya porque mientras la corte estaba en Valladolid él ya había comprado grandes extensiones de terreno en Madrid a bajo precio. Pero como la riqueza siempre genera envidias los demás nobles empezaron a conspirar contra él. Auspiciados por la reina, le fueron con el cuento al rey. Cuando este comprobó la evidencia de los sobornos le hizo retirarse a sus dominios. Muchos pidieron su cabeza pero él hábilmente rogó al Papa que le nombrase cardenal. Y lo consiguió, porque así pudo librarse de pagar por sus fechorías (los religiosos gozaban de inmunidad) y encima le dejó el puesto de valido a su hijo, el Duque de Uceda. Todo quedaba en familia…

Epílogo y cuento final: Año 2019. Auditorio Ciudad de León. La función teatral estaba finalizando, y los protagonistas (históricos) ya habían interpretado magistralmente sus Cuentos capitales . Pero aún quedaba lo mejor: una despedida a modo de ‘revista musical española’. Los asistentes estábamos emocionados, iba a ser un espectáculo nunca visto. Calígula, envuelto en una boa de plumas, llevaba la voz cantante; Felipe IV, Carlos IV y Enrique de Trastámara hacían los coros; los cartagineses Amílcar, Asdrúbal y Aníbal eran los bailarines; y Vitelio y el Duque de Lerma se encargaban del sonido. De repente todos al unísono comenzaron a cantar: —«Agradecidos (al Diario de León) y emocionados (con los lectores), solamente podemos decir, gracias por venir». Todos empezamos a aplaudir. Sin duda fue un gran final para esta serie de relatos. Ojalá sus enseñanzas perduren en el tiempo y lleguen hasta el infinito… ¡y más allá!

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