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EL RINCÓN RAFAEL TORRES
León

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L a ocurrencia del presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, de emplazar a España a que pida perdón por los abusos y los atropellos cometidos durante la conquista del territorio donde hoy se ubica su nación es, por su anacronía, ahistoricidad e impertinencia, solamente eso, una ocurrencia, la de un político indigenista para consumo interno en una nación que precisa, como todas, de un coco exterior para conjurar o ignorar sus demonios interiores mediante la atribución a él de todos sus males, que en México, por cierto, no son pocos.

Sin embargo, la ocurrencia, que ha soliviantado a los partidos españoles de la derecha y evidenciado la menesterosidad cultural de Podemos hasta el punto de concederle unos y otro el estatus de la seriedad, contiene un elemento positivo que probablemente será desperdiciado, el de acicate para reflexionar sobre el perdón.

Para uno, que se arrepiente de casi todo y rogaría fervientemente a sus semejantes que le perdonaran por los daños que, consciente o inconscientemente, les hubiera podido inferir, ésto del perdón le parece esencial para la higiene íntima del alma, así de los pueblos como de los particulares. Lamentablemente, éste López Obrador, que de azteca tiene lo que uno más o menos, actúa como político, es decir, como criatura limitada y sectaria, y su idea del perdón, la que traslada a su comunidad reducida a una cuestión de buenos y malos, debilita y pervierte el concepto.

Acérrimo partidario del perdón, aunque más de no tener necesidad de pedirlo, no entiende uno, empero, que todo un licenciado, un señor con estudios como el mandatario de ascendencia española López Obrador, se meta en esos laberínticos jardines y los proyecte al exterior, salvo que espere algún mezquino rédito de ello. Su idea del perdón es absurda y, si se me permite el retruécano, imperdonable: ¿Qué perdón? ¿El que habrían de pedir los aztecas a los txalcaltecas, aliados de los españoles en aquellas refriegas, por su sanguinaria crueldad con ellos, o el de éstos a los mexicas por su «traición» al Imperio Azteca? ¿Qué perdón? ¿Quienes? ¿A quién? Aztecas, txalcaltecas y hernancorteses tratan de olvidar desde hace cinco siglos el demencial fragor de sus vidas violentas.

Por si acaso, no obstante, perdonémonos todos, y asunto concluido.