AL TRASLUZ
No lo llamen abrefácil
Admitámoslo, ¿quién no se ha acordado de la madre del inventor del abrefácil? Incluso de su abuela. Nos quejábamos de la complicación de quitarle el envoltorio a un CD, pues eso no es nada comparado con las gestiones administrativas en la Red. He pasado días intentando rellenar un formulario electrónico de la administración autónoma. ¿Mera torpeza mía? ¡Y un cuerno! A ver, ¿desde cuándo el chino es la lengua oficial en esta comunidad? Tampoco había necesidad de humillarnos a los de letras. Ah, qué tiempos aquellos en que la misiva la mandabas o la recibías con paloma mensajera. Hoy, ya no. Lo diré claro: no entiendo las instrucciones de la instrucción. El fallo no puede ser mío. Entendí aquello de «La razón del sinrazón que a mi razón se hace…», de don Feliciano. Y hasta cojo por dónde va Puigdemont cuando dice «Achilipú, a pú a pú/achili, achili, achili, achili», aunque esto me costó más. Tonto, pues, no soy. Al menos, no sin remedio. Si hasta creo comprender el éxito de Paquirrín con las mujeres, otra cuestión es que uno atinara a explicarlo. Pues, en cambio, no consigo cogerle el tranquillo a esto otro. Era mejor antes, con el «firme usted aquí, don Sisebuto». Donde esté el funcionariado de carne y hueso que se quiten los virtuales. Mucho ojo, recochineos con la autoestima de los de letras… los justos, que quién más y quién menos todos llevamos dentro un acorralado en combate. Estos informáticos son listos, pero luego necesitan traductor al cristiano. Y no soy de quienes creen que dentro del GPS hay un señor bajito. Si lo hubiese, alguna vez tendría que salir a orinar, ¿no?
Desesperado, fui a la sede central de la Junta, donde me mandaron a Educación. Allí me arrojé a las piernas del director provincial, Jesús Víctor Díez, quien con gran amabilidad me remitió a una eficaz funcionaria, que me exorcizó los demonios informáticos (gracias, Carmen). No les fue fácil, pero ya quedó solucionado. Así da gusto. Les hago la ola. Seamos realistas, pidamos lo imposible. Vale, pero no lo llamemos abrefácil. Por bastante menos comenzaban en la antigüedad las guerras. Me gusta la distancia corta, ser saludado con un : «¡Hombre, Sisebuto, cuánto tiempo!». Aunque te llames Eustaquio.