Diario de León

Publicado por
Luis-Salvador López Herrero Médico y Psicoanalista
León

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M e llama la atención los vaivenes de ideas que se ciernen en nuestro país, y me dejo llevar por la reflexión mientras el frío invita a buscar refugio domestico.

Son diferentes los asuntos que irrumpen en la actualidad y pienso que la ciudadanía, falta de canales adecuados de pensamiento que faciliten la confrontación sosegada de ideas, no termina de entender el pulso que adquieren ciertos temas sociales de amplio calado, que deberían ser suficientemente meditados antes de su puesta en escena.

Nuestra nación ha demostrado en diferentes ocasiones, tal vez como consecuencia de ese insidioso complejo de inferioridad respecto a países de nuestro entorno, toda esa alegría hispana e impulso desorbitado por abanderar las iniciativas más hipermodernas en materia de sexualidad, género, matrimonios homosexuales, adopciones diversas, emigración y demás asuntos colectivos, en un país en el que aún pesa una fuerte tradición religiosa y conservadora, de fondo, que puede, si las condiciones lo permiten, fomentar un retorno a ciertos orígenes. No en vano, si en algo se ha caracterizado la cultura y la sociedad españolas ha sido en mantener cierto pulso de enfrentamiento con respecto a esa flecha de la historia que imponía la llama de la modernidad. De ahí el valor que todos los partidos políticos han otorgado a la transición democrática, como modelo de apertura y de consenso en la pacificación y entrada de nuestro país, en el mundo de la hipermodernidad.

Sin embargo, como manifiesta el dicho: «La cabra siempre tira para el monte». Y esto es algo que se percibe, quizá, en esta bascula oscilante que nos asalta continuamente, en la política, entre la permisividad y la falta de cautela en nuestras decisiones más delicadas o la imposición y la celeridad con que se asumen ciertos temas sociales, que exigirían más prudencia, consenso y meditación. Pero también llama la atención, con frecuencia, ese gusto soberano, nacional, por la prohibición contra todo aquello que no sea políticamente correcto, o lo que es lo mismo, contra cualquier idea que no esté en clara sintonía con el discurso oficial que se trata de imponer, sea laico o religioso, en función del momento. En cierto modo, sigue pesando demasiado el curso autoritario y represivo de nuestra historia social, y su ejemplo más claro es el fracaso del diálogo y de la palabra en los asuntos políticos más espinosos. Por ejemplo, el escenario de confrontación manifiesto en Cataluña o los insultos y desprecios en el Parlamento vasco, son un claro ejemplo de la tensión y de la problemática atávica, sin una decidida y posible pacificación.

Y para calentar aún más el turbio momento en que vivimos, nos asalta ahora con total vivacidad, y en plena campaña de elecciones, la temática de la eutanasia o la prohibición de cualquier medida de «sanación espiritual» de la homosexualidad, mostrándose así, una vez más, la tensión entre el conservadurismo tradicional de fondo, de nuestro país, y el empuje ideológico de los nuevos modelos de pensamiento. Mientras tanto nuestra ciudadanía inoperativa, anestesiada por las imágenes que vomitan los dispositivos tecnológicos o el consumo de época, no termina de entender exactamente su posición en todos estos devaneos de ideas y de intereses ideológicos, porque, y es uno de los grandes problemas que nos asolan desde siempre, se carece de sectores sociales verdaderamente independientes del poder ideológico de turno. Sin duda, a mi modo de ver, es éste el elemento esencial a construir en el ámbito de nuestra cultura, con el fin de favorecer la permeabilidad y la tolerancia de ideas ajenas a nuestro modo de pensar. De ahí la necesidad de que surjan corrientes de opinión autónomas que favorezcan la reflexión más allá del pensamiento oficial de ciclo o del interés político en boga. Un aspecto que, desgraciadamente, ni supo, ni tampoco quisieron generar los diversos movimientos políticos de la transición, tal vez por ese «goce heredado» por el poder y la prohibición, que siempre nos ha estructurado.

Pero si verdaderamente queremos construir un futuro para todos, rompiendo así el maleficio que la historia nos recuerda continuamente, y a la que conviene no olvidar, es necesario ser más cautos, buscar consensos apropiados, evitar enfrentamientos innecesarios, aprender del que piensa de un modo diferente porque nadie dispone de la verdad, abordar los problemas cuando las condiciones lo exigen y no cuando el interés político lo demanda, buscar en los países de nuestro entorno respuestas que nos ayuden a clarificar nuestros problemas y no convertirnos en paladines de una improvisación, que no busca más que el reconocimiento y el aplauso de los demás. Y, sobre todo, no prohibir por prohibir, porque ahí se constata el fracaso de no poder escuchar todo aquello que nos conmueve y fragmenta, pero que sin embargo, forma parte de nosotros mismos.

Ya sabemos que no somos completamente libres, que muchos aspectos nos condicionan y determinan, pero podemos y debemos elegir nuestro destino porque nada está escrito de antemano. De ahí el papel que juegan la reflexión serena y el juego de ideas en completa libertad, sin más dilación que el respeto y la tolerancia por lo ajeno. Si toda barbarie se nutre a partir de la prohibición y de la segregación de las ideas del semejante, en función de la raza, el sexo, el género…, o cualquier otro matiz diferencial que despierte nuestro horror, es preciso ahora aprender a no prohibir por norma, porque en la prohibición sin amor reside la semilla de la resistencia y del odio, fuente de todos nuestros males. Hagamos pues un buen uso de la palabra porque sólo ella pacificara nuestros problemas de buena forma, con estilo, y lo que es mejor aún, calmará nuestra conciencia y también la de los demás.

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