Netanyahu y Trump
L a victoria de Benjamin Netanyahu en las legislativas israelíes se debe en muy buena parte a un tal Donald Trump, su gran agente electoral. El último servicio hecho por el inapreciable inquilino de la Casa Blanca fue el de decir con toda claridad que no hay más que hablar: la meseta del Golán, siria, es israelí y así debe ser para siempre, desde su conquista en la guerra de 1967. El atrevido ensayo de desalojar del poder a Netanyahu fracasó en Israel: por un punto apenas, el primer ministro y líder del Likud derrotó en la elección legislativa a su contrincante, el general Benny Gantz. El aspirante había entrado en el ruedo de la política con el único fin de formar una coalición, Azul y Blanco, para apartar de una vez del poder a Netanyahu, quien lleva una década al frente del gobierno. El lector no debe lamentar mucho lo sucedido si piensa que el relevo del gobierno ultranacionalista y la formación de otro de coalición distinto resucitaría, por ejemplo, el genuino proceso de paz con los palestinos, técnicamente vigente y muerto de hecho. No es preciso subrayar hasta qué punto Trump ha dado luz verde a Israel para cometer todos los excesos, el último de los cuales ha sido lo de la meseta del Golán.
Netanyahu, quien fue en su juventud un aguerrido oficial de las reputadas unidades de comandos del ejército, ha tenido la suerte de ver coincidir su liderazgo con la llegada al poder en Washington de Donald Trump, un explícito servidor de los intereses sionistas, unido por vínculos familiares con los medios radicales y que no ha vacilado en dar a amigos y asociados judíos puestos claves en lo relacionado con el dossier israelí, con David Friedman y Jason Greemblat en cabeza. En este contexto, del todo distinto al que fue creado y sirvió durante los ocho años de la administración Obama, Israel ha podido, con Netayanhu en cabeza, ver cumplidas todas sus aspiraciones gracias a la incansable prodigalidad del asociado norteamericano y distinguido militante, cuyo último regalo ha sido el de dar por asimilada para siempre al Estado israelí la meseta del Golán. Este cuadro, creado explícitamente por Trump en beneficio del Likud, la derecha nacionalista israelí, ha sido del todo favorable a Netanyahu, su administrador sobre el terreno y feliz receptor de los regalos inagotables de una Casa Blanca literalmente puesta al servicio de Israel, no de la paz en la región o de los compromisos con sus socios árabes. A día de hoy todo marcha bien para el plan americano-sionista y la alianza Trump-Netanyahu, pero nadie puede garantizar que la felicidad durará indefinidamente.