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EL MIRADOR FERMÍN BOCOS
León

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S e acabó la función aunque el teatro seguirá abierto hasta que el domingo abran los colegios electorales. Los debates han dado de sí más de lo que cabía esperar. Media España ha visto que Albert Rivera le ha plantado cara a Pedro Sánchez con las ganas y la irreverencia propias de un aspirante al título. Tantas ganas que en la estrategia para situarse como el líder de la derecha exageró la distancia que le separa del PP. A Pablo Casado se le vio un tanto desconcertado por las acometidas de Rivera.

El debate no despejó la incógnita de quién es o será el líder de la derecha. Lo harán las urnas. Pero aunque Rivera exageró el registro repartiendo leña, nada de lo visto y oído contradice la idea muy arraigada por otra parte que apunta qué si los números lo permiten, PP y Ciudadanos intentarían formalizar un pacto post electoral a la manera del que sellaron en Andalucía. Lo que no quedó tan claro es qué pasaría si la noche del 28 de abril, tras contar los escaños, la suma de los conseguido por el PSOE y los de Ciudadanos dieran mayoría suficiente como para formar Gobierno.

Rivera insistió en qué no pactaría con Pedro Sánchez, pero a nadie se le escapa que en política no pocas veces hay que tener en cuenta al conde de Romanones: «Cuando digo nunca, nunca ,nunca, digo que por ahora y que después ya veremos».

No está en la intención de Rivera ni en la de Sánchez, pero tengo para mí que llegado el caso —repito, si salieran los números— serían muchos los que ante la disyuntiva de un Pedro Sánchez pactando con ERC, JxcCat, el PNV y Bildu, los compañeros de viaje de la moción de censura que le llevó a La Moncloa o, en el otro extremo, un pacto entre PP y Ciudadanos necesitado del apoyo de Vox, disculparían la marcha atrás de Albert Rivera en su negativa a un hipotético pacto con Pedro Sánchez.

El debate también arrojó luz acerca de lo desesperado que está Pablo Iglesias en razón del panorama que dibujan para Podemos las encuestas. Quién le ha visto y quién le ve. De látigo de la Constitución —cinco años diciendo que había que acabar con el «régimen de 78» porque era una construcción franquista— ha pasado a ser un defensor de la Carta Magna con palabras, modos y entusiasmo propios de un cura de aldea.

Nada que ver con aquél caudillo populista que en la Puerta del Sol amenazaba con asaltar los cielos. El tiempo pone a cada uno en su sitio. Los debates quedan atrás. Ahora, los del público tenemos la palabra.