TRIBUNA
Querido don Bernardino
U n libro tuyo se titulaba así: Historias de un coadjutor. Lo leí con fervor, porque era libro humilde, sin pretensiones. Un título muy tuyo, un libro que yo daría algo bueno por recuperarlo. Y en este libro contabas tus peripecias con la gente, como cura coadjutor de Cistierna. Luego viniste a León, te hicieron profesor del Seminario, colaborabas en la radio, en la prensa. Y varias generaciones de seminaristas de León, te conocimos dando clase de literatura.
Tenemos los chavales de León, algunos llegamos a curas, una deuda impagable contigo. Como es impagable, pues no podemos pagártela. Ya sabes que con las deudas impagables, lo único que se puede hacer es: declararla. La deuda es que eras un profesor determinante: preparabas muy bien las clases, eras ameno, sencillo, con sentido del humor. Y nos enseñaste a hablar con los muertos, que es leer. A hablar con los vivos, que es viajar. Y a pensar, a tener horizontes, en un momento en que predominaba un modo de actuar anodino. Un día te fuiste a Madrid, en aquel lejano 1969, porque te lo pidió tu amigo José Luis M. Descalzo. Y allí te dedicaste a escribir y a dar clase en la facultad de periodismo. Tus alumnos universitarios recuerdan tu enorme cultura, tu sencillez, tu sensibilidad religiosa. Y pasaron los años, intensos, difíciles, hermosos. Y claro, esa vuelta a León se fue diluyendo. En estos últimos años, puede que más de 20, apenas volviste por León. También tú eras «un pájaro solitario». Y como la vida da muchos tumbos, y los caminos no son convergentes casi nunca, te perdimos la pista.
Fuiste una de las personas más humanas, que he conocido en mi vida. Tus alumnos nunca olvidaremos tu sabiduría, pero tampoco tu comprensión y tus ánimos. La deuda contigo, la declaro con justicia y con gratitud, querido don Bernardino, amigo. Tú dejas como todo amigo verdadero, un agujero en el alma que nadie va a ocupar. También sé que nos quedarán para siempre tus raciones de humanidad. Y tú escribiste una vez, y ahora te lo recuerdo: «Más allá, y más acá, el misterio, el silencio y, también, el amor». Ya los sabes, lo que decía el poeta Luis Rosales: «Lo que has amado esa será tu herencia. Y nada más». Gracias, don Bernardino.