TRIBUNA
Benedicto versus Francisco (¿?)
C uando el Papa Benedicto XVI, el 10 de febrero de 2013, anunció que renunciaría al papado a fines de ese mes, conmocionó al Colegio de Cardenales y desconcertó a gran parte de la Iglesia. Para tranquilizar a unos y otros, prometió que, como ex pontífice, se retiraría aunque seguiría sirviendo a la Iglesia «a través de una vida dedicada a la oración». Pero, pronto comenzó a asumir un papel cada vez más activo. Primero fue una entrevista en marzo de 2016 con un teólogo belga que se centró en la cuestión de la misericordia de Dios, justo cuando el Papa Francisco estaba celebrando un Año Jubilar Extraordinario sobre La Misericordia. Más tarde, en noviembre de 2016, concedió una entrevista al periodista alemán Peter Seewald, en la que Benedicto defendió su papado contra las críticas. En su libro, titulado Último Testamento, dice: «No me veo como un fracaso». «Durante ocho años realicé mi trabajo». Ahora, en la carta recientemente publicada sobre La Iglesia y los abusos sexuales , culpa de la crisis del abuso del clero a la revolución sexual de los años 60, al desarrollo de la teología posconciliar y a la ausencia de Dios en la sociedad moderna. En este escrito Benedicto ofrece sus reflexiones sobre la actual situación de la Iglesia y expone sus propuestas para enfrentar esta grave crisis, precisamente semanas después de que el papa Francisco organizara una primera cumbre de obispos sobre el abuso a menores y el encubrimiento de tales actos durante décadas. Esta carta ha generado críticas de parte de teólogos y observadores del Vaticano, que señalan que no aborda los problemas estructurales que incitaron al encubrimiento del abuso, ni su papel durante 24 años al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe del Vaticano. El texto, escrito en alemán, está dividido en tres partes. En la primera presenta el contexto histórico desde la década de 1960, en la segunda se refiere a los efectos en la vida de los sacerdotes y en la tercera hace una propuesta para una adecuada respuesta de la Iglesia, invadiendo en cierta medida las competencias del papa Francisco. Ante esta carta, varios teólogos e historiadores de la Iglesia están expresando su preocupación sobre las intervenciones del papa emérito y su temor a que estas socaven la autoridad del papa Francisco y dividan a los católicos entre los seguidores del papa oficialmente en el poder y los del papa emérito.
Así, Brian Flanagan, profesor asociado de la Universidad de Marymount en Virginia, cuyo libro más reciente se centra en la necesidad de la purificación continua de la iglesia, calificó el texto de Benedicto como «embarazoso». «La idea de que el abuso eclesial de niños fue el resultado de la década de 1960 y un supuesto colapso de la teología moral es una explicación vergonzosamente errónea para el abuso sistémico de niños y su encubrimiento», dice Flanagam. Por su parte Christopher Bellitto, un historiador que ha escrito mucho sobre la historia de los papas, dice: «Un expapa no debería estar publicando o dando entrevistas». Igualmente Richard Gaillardetz, profesor del Boston College, calificó la última carta de Benedicto como un hecho «preocupante». Benedicto, dice Gaillardetz, está ofreciendo «un polémico análisis de una apremiante crisis pastoral y teológica, y un conjunto de remedios pastorales concretos». Pero «estas son acciones que solo son apropiadas para alguien que en realidad tiene un cargo pastoral». «Estas decisiones, de manera bastante predecible, han alimentado las teorías profundamente preocupantes de dos papas», dice Gaillardetz. En términos parecidos se ha manifestado la teóloga Natalia Imperatori-Lee sobre el papa emérito: «Es crucial que él (y, quizás más importante, los que lo rodean) practique un ministerio de silencio para que no parezca que quiera socavar al actual y único obispo de Roma, que es el papa Francisco». Termina diciendo la profesora Imperatori-Lee: «Que el papa sea el papa», «Y que el papa emérito ore por él».
Poco después de la publicación de esta carta, un periodista italiano señaló el consejo oficial que el Vaticano da a los obispos jubilados sobre cómo han de ser sus relaciones con sus prelados diocesanos, para lo que se sirve de Apostolorum Successores , el último directorio para obispos, publicado en 2004, del que reseña estas frases: «El Obispo Emérito tendrá cuidado de no interferir de ninguna manera, directa o indirectamente, en el gobierno de la diócesis». «Tendrá que evitar toda actitud y relación que incluso pueda sugerir algún tipo de autoridad paralela a la del Obispo diocesano» Este directorio continúa diciendo: «El obispo emérito siempre lleva a cabo su actividad en total acuerdo con el obispo diocesano y en respeto a su autoridad». «De esta manera, todos comprenderán claramente que solo el Obispo diocesano es el jefe de la diócesis, responsable de su gobierno».
Yo creo que hay al menos dos lecciones que la Iglesia debe aprender de ésta no muy afortunada carta. Primero, no puedes controlar a los antiguos papas más de lo que se controla a los teólogos. Todo lo que uno puede hacer es exigirles prudencia en lo que dicen o hacen. Segundo, la Iglesia debe dejar claro que solo hay un papa. Un papa resignado debe volver a su nombre de pila y desprenderse de los distintivos de papa, tales como la sotana blanca, e incluso del nombre de papa o papa emérito. Ratzinger tiene derecho a expresar sus opiniones, pero no tienen más peso magistral que las de cualquier otro obispo retirado. Creo que Ratzinger cuando escribió su carta era consciente de que su escrito podía ser malinterpretado y quiso adelantarse y tratar de solucionarlo con las últimas frases de despedida: «Al final de mis reflexiones me gustaría agradecer al Papa Francisco por todo lo que hace para mostrarnos siempre la luz de Dios que no ha desaparecido, incluso hoy. ¡Gracias Santo Padre!» (Benedicto XVI). Por todo ello podemos concluir que no existe intromisión intencionada, ni «Benedicto versus Francisco», sino una sana intención de aportar un rayo de luz en medio de tanta sombra.