Cordón sanitario
D ado que los debates, sobre todo el segundo que, gracias fundamentalmente al griterío y los insultos de Rivera, no han servido para que los votantes se enteren de lo que proponen hacer con este país cualquiera de los cuatro candidatos, hablemos del «cordón sanitario». Rivera, que pretende convertirse en el futuro líder de la derecha española, ha basado gran parte de su campaña en jurar, hasta en arameo, que jamás apoyará a Sánchez ni a los socialistas. Tal ha sido su afán por dejarlo claro que no ha escatimado escenificar en los debates la animadversión que la propia figura de Sánchez le provoca. Y el presidente en funciones, que sabe de su necesidad de lograr pactos si quiere permanecer en la Moncloa, ha hecho oídos sordos hasta el martes.
Visto ahora, parece evidente que no es posible un apoyo entre los dos bloques cainitas de derecha e izquierda. Puede que el enigma se prolongue mucho más allá de las próximas elecciones municipales, autonómicas y europeas de mayo. Porque lo único que dejan claro las encuestas es que va a ser muy difícil lograr mayorías y, de momento, nadie suma.
Pero, si la inquina y la incompatibilidad son tan manifiestas, ¿por qué en comunidades y ayuntamientos los candidatos de PSOE y Ciudadanos están negociando futuros acuerdos? ¿El cordón sanitario es solo para el Congreso de los Diputados? Pongamos un supuesto con posibilidades de ocurrir: avanza el verano y la única alternativa de un Gobierno constitucionalista pasa por el pacto entre estas dos fuerzas o la posibilidad de que el PSOE se apoye en los independentistas. ¿Va a consentir Rivera y su acendrado patriotismo que esto ocurra? Otro supuesto: ningún bloque suma y hay que volver a las urnas. ¿Tanto el PSOE como Ciudadanos van a consentir una cuarta cita electoral en menos de cuatro años? ¿Se puede permitir este país un cuatrienio de desgobierno con la amenaza global de una nueva recesión económica?
Si a esto le sumamos el hecho de que destacados dirigentes socialistas no solo no descartan un pacto con Rivera si no que les parece la opción que daría mayor estabilidad, y en Ciudadanos se habla de un «plan B», es que las cosas no están cosas, ni mucho menos, tan claras. Hay también que tener en cuenta a una fuerza de presión tan importante como discreta que son las grandes empresas del Ibex. Es evidente su capacidad de influir tanto en unos como en otros para evitar esa inestabilidad política que tanto daña a la economía y a sus empresas en particular.
Por tanto dejemos en el aire la frase «de esta agua no beberé» y pongamos un: depende. Porque podría ocurrir que Ciudadanos se diera un batacazo en las urnas y ni siquiera con sus votos se lograra la mayoría. O que Pablo Iglesias, investido de su nueva imagen de sensatez y cordura, que tanto ha gustado en los debates, remonte el vuelo y con sus escaños baste. La respuesta, el lunes.