Diario de León

TRIBUNA

¿Es activista una profesión?

Publicado por
Isidoro Álvarez Sacristán De la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación
León

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A veces se le ha preguntado a alguien por su profesión y contesta que «activista», desconociendo el interlocutor a que actividad se refiere. Si preguntamos al diccionario, nos dice que es aquel que desarrolla activismo. Y se entiende por tal como aquella persona que tiene «tendencia a comportarse de un modo extremadamente dinámico». Persona que participa activamente en un partido o grupo. Una persona que sobresale del grupo. Una acción desproporcionada en las reivindicaciones, el líder del grupo. Socialmente que reivindica cualquier circunstancia —la que sea— y parapetarse el primero en el grupo. Es, digámoslo ya, un diletante de la política. Igual reclama tanto una mejora de los grupos margínales, como la atención prioritaria de los animales. Lo mismo se posiciona a favor del cierre de una mina que en contra de la apertura de otra. Su vivencia es la protesta, la postura de masas y, a veces, —digámoslo sin ambages—, violenta. Una ilusión de ponerse al frente de un grupo social.

Normalmente critica —y vocea— sobre el poder instalado. Un ejemplo histórico es el de Conh Bendit que se puso al frente del movimiento del 68 mayo francés al grito de «¡Prohibido prohibir!». Un grito que fue seguido por el movimiento anarquista. (Al final, este activista, como se sabe, terminó dirigiendo el movimiento europeo de Los Verdes, es decir incorporándose a la institución establecida).

Lo que ocurre con el activismo es que se produce en las sociedades democráticas. La tendencia de los activistas es la propensión a reducir a un eslogan cualquier problema. Nada más hay que ver los repetidos carteles de los manifiestos que siguen al activista. Con pretensiones subjetivas y minoritarias. Una vez que se dan a conocer es posible que por el número de votos obtengan una cuota de poder que, al llegar a él, no saben qué hacer con su mandato y, claro, se rodean de conmilitones a los que llaman asesores (De ello tenemos ejemplos de varios alcaldes de ciudades importantes, que de activista pasan a regir una ciudad, sin conocimientos de derecho o, por lo menos organizativos.)

El activista no desea participar en la vida pública de una forma estable, pacífica y objetiva. La Constitución Española le ofrece varios cauces para ello. El primero, es el del artículo 6: los partidos políticos concurren a la manifestación popular. Si el activista quiere, tiene un cauce que la propia Ley de partidos Políticos se dice que ejercen libremente sus «actividades». Si nos centramos en los sindicalistas, tienen dos cauces perfectamente legislados; uno lo que permite el artículo 131 de la CE, o participar y colaborar con el Gobierno y las Comunidades Autónomas en la planificación económica. ¡Ahí es nada!, que diría un castizo. Es una verdadera actividad que no necesita de la calle sino del estudio y el diálogo. Horas no les falta a los representantes sindicales que las tiene concedidas —y acumulables— en el artículo 58 del Estatuto de los Trabajadores y por el Convenio 135 de la OIT.

Lo mismo permite —y ofrece— la CE en el artículo 129 que «establecerá» (obligacional) «las formas de participación de los interesados en la Seguridad Social y en la actividad (…) que afecte a la calidad de la vida y al bienestar general». Por fin, se ofrece a los ciudadanos «el derecho a participar en los asuntos públicos directamente o a través de sus representantes…» (Artículo 23 CE). De manera que hay cauces y organizaciones suficientes para que la actividad del ciudadano pueda desarrollarse. Cierto es, que siempre habrá descontentos, querulantes y exigencias personalistas. Pero el que quiera opinar, reivindicar, ofrecerse a la actividad política, puede hacerlo. Pero antes recomiendo que se lean el libro que Azorín escribió en 1908: El Político. Entre otras cosas, recomendaba que no se tuviera «excesiva pasividad» porque engendraría el desorden y la confusión en el país. Y habrá que preguntarse ¿No es cierto que se tiene permisividad excesiva a favor de los activistas? Recomendaba, también, que no se contratara a gente inapta (sic, 84); ocurre ahora, lo contrario que el activista se rodea de asesores que carecen de los conocimientos sociopolíticos necesarios para aconsejar. Por fin, nos propone Azorín, entre otras cosas, que los políticos deben de conocer bien el país, la historia, la cultura el arte... etc. Es lo que aconsejaba Arniches en boca de Marcelino (La condesa de Trévelez Acto III): «La cultura modifica la sensibilidad, y estos jóvenes cuando sean inteligentes ya no podrán ser malos». Buen, acaso sea una exageración, pero lo cierto es que como se dice vulgarmente: temo al hombre de un solo libro. Y casi estoy seguro que el activista político no sabe diferenciar la teoría de Marx de la de Keynes; y los detractores de los desahucios ni siquiera conocen la exposición de motivos de la ley Hipotecaria. Es un activismo superficial y de galería. Llamarlo profesión es una entelequia que se cree él mismo protagonista.

Como semejanza (¿) acuden a Jesucristo, sin enterarse que , en efecto, Jesús predicaba una revolución, pero una revolución de amor y una vivificación del alma, mientras que el activista humano exige una revolución personalísima y totalitaria. Es una actividad que, como diría Ortega: «toda su vida se convierte en una táctica defensiva contra los demás, compuesta de intriga, de fraude». Esto no es lo que se quiere del hombre que representa a la democracia, pues la herramienta del activista debe ser la urna, seguida de la legalidad y no el vocerío o la pancarta.

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