fuego amigo
Mirador fluvial
El torreón circular de Ordás, ahora solitario y ayer sangriento, asoma sobre la fértil vega del Luna, que corre a fundirse con el Omaña para alumbrar al Órbigo. Aguas arriba, en la embocadura del valle que por aquí todavía no alcanza el nombre de ribera, el curso gélido del Luna ha sido apresado por segunda vez en Selga, anegando la vega de la Barca, donde tenían molino y sus mejores tierras los vecinos de Benllera. Es un retén pequeño, que facilita la toma de nivel al Canal del Órbigo en su arranque decidido hacia las tierras redimidas del Páramo.
Al otro lado de la presa, a los pies de Selga, brota un cauce más menudo pero cargado de historia y leyenda. Es el Canal de la Plata, que empezó a tallarse en la roca a fines del siglo diecinueve y se concluyó hace ciento catorce años. Desde la entrada a Selga se ve el torreón mellado de Tapia plantado a media ladera sobre el pueblo: atalaya que salvó del derrumbe un arreglo reciente. El mirador sobre el que se alza la torre de Ordás, entre Santa María y Villarrodrigo, ocupa el borde de la Mota del Castillo, aislada del cueto de las Floridas por la hendidura de la carretera que comunica Santa María de Ordás y los tres barrios de Villarrodrigo, pueblo disperso de estructura troceada y discontinua: las Peñicas, Borga y Abajo.
En el corte de ese tajo se horadaron viejas bodegas para madurar en la posguerra el vino doméstico de la zona, un híbrido ácido necesitado del alivio con gaseosa. Hace mucho tiempo que ya no se ven majuelos por la comarca de Ordás, pero aquellas bodegas subterráneas se convirtieron en merendero de verano y eso siguen siendo cuando llega la temporada de calor y vacaciones. La motilla está poblada por una mata asilvestrada de roble canijo que no alcanza a disimular la corona circular del torreón. La torre de Ordás es buen ejemplo de arquitectura militar bajomedieval. En realidad, formó parte de la línea de vigilancia defensiva que recorría los accesos fluviales a la cordillera. Luego fue bastión del control sobre estos territorios de los condes de Luna.
A esa época pertenece la leyenda de Ares de Omaña que contribuyó a su rescate del olvido y de la ruina. Las obras de consolidación de la torre se llevaron a cabo en 1990, como se refleja en las piedras nuevas que tapan las melladuras del tiempo. También entonces se colocó una puerta bien herrada y la escalerilla de acceso, a la vez que se limpió el entorno y se ilustró su misterio con paneles informativos. Aquellos paneles fenecieron pero la ronda visual que el mirador permite resulta impagable. De frente, el curso resuelto del Luna adornado por una verdecida lanzada de chopos, a la izquierda Santa María, más allá Santibáñez, Sorríos y Rioseco, y al fondo Tapia y Selga.