Una política exterior
V enezuela está suponiendo una dura prueba para un Gobierno que, como el de Pedro Sánchez, está en funciones y, por tanto, limitado en su actuación. Máxime cuando el titular de Exteriores, Josep Borrell, está ya de salida, de manera inevitable más pendiente de la inminente campaña electoral, en la que tendrá que poner todo de su parte, que de las consecuencias que una crisis internacional del tamaño de la venezolana podría tener para nuestro país y para el conjunto de Europa.
España necesita redefinir, reajustar y quizá hasta reorientar su política exterior. Las elecciones han fortalecido la imagen exterior de Pedro Sánchez, especialmente en las instancias socialistas europeas; sería el momento de colocar al frente de Exteriores a un diplomático con peso y experiencia, alejado de cualquier alineación partidista, con amplio recorrido en foros internacionales. Me consta que la diplomacia española, mucho más profesional y dedicada de lo que algunos sectores la quieren presentar, está muy pendiente de los próximos movimientos de Sánchez, que, como muy tarde en julio, tendrá que haber sustituido a Borrell.
No se puede pretender un consenso en política exterior sin, al menos, haber tratado de consensuar las vías por las que la diplomacia española va a transitar. No digo tanto como pactar el nombre del titular del Ministerio —tampoco pasaría nada si se hiciese—, pero sí algunas líneas fundamentales de actuación y cuáles serán las prioridades. En este sentido, confieso que me preocupan algunos rumores, cuya confirmación no me consta, en el sentido de que el presidente y futuro presidente medita en la posibilidad de nombrar a una colaboradora algo polémica, ajena a la carrera diplomática y sí muy próxima a él, para dirigir esta importante cartera. Eso sería tanto como hacer ‘partidista’ esa cartera y dificultar el deseable acuerdo con otras fuerzas en materia exterior. El hecho de que tal desatino se haya hecho con gobernantes anteriores no puede, obviamente, justificarlo.
Pienso que Sánchez habrá de aprovechar bien sus previstos contactos, anteriores a los que el Rey mantendrá de cara a la investidura, con otras fuerzas políticas. Me parece que va a encontrar un clima mucho más cercano que el bronco que imperaba antes de las elecciones y de su resultado. Ya he dicho en alguna ocasión que ahora Pedro Sánchez tiene una oportunidad de oro para lograr una gobernación independiente de hipotecas. A Pablo Casado le debe ayudar para que mantenga el liderazgo de la oposición frente a ambiciosos y fanáticos, y Casado, a su vez, habrá de variar el rumbo de hostilidad por principio al Gobierno. A Rivera, Sánchez tendrá que convencerle de que el ‘no es no’ a cualquier colaboración con el Ejecutivo socialista es un enorme error. Y a su hasta el momento ‘socio’ Pablo Iglesias le tendrá que dejar claro que no está el horno para los ya tradicionales bollos podemitas de pedir carteras, medios públicos de comunicación, el manejo de los servicios secretos o la presidencia del Congreso de los Diputados, entre otras moquetas que a Iglesias le gustaría pisar.
Y todos ellos tendrán que comenzar la construcción del nuevo consenso precisamente por la política exterior. Nuestro país no tendrá fuerza en el concierto internacional sin que la acción diplomática esté apoyada por todas las fuerzas leales al constitucionalismo. Es, ahora que entre Trump y Putin se juega la complicada partida de ajedrez en el tablero venezolano, el momento de poner en marcha también una nueva política exterior para España. Y en este terreno no cabe cometer más errores.