Diario de León

Publicado por
Venancio Iglesias Catedrático de Literatura de Enseñanza Media
León

Creado:

Actualizado:

L a muerte abre todas las preguntas que ya nunca obtendrán respuesta. Cientos, miles de preguntas aparecen como moscas ante sus restos de cera. El ayer queda cerrado con siete sellos y el futuro… El futuro no existe para ella. Todos sus hermanos, sus sobrinos y todos sus alumnos más sensibles se quedarán asombrados, un instante, ante el fogonazo de luz que ilumina la tiniebla en que quedó su vida. Queda la obscuridad y la negación, la imposibilidad de descifrar el enigma en que se disolvió su existencia.

Era Maestra. La estética (¿qué es un maestro sin estética?) la aprendió, fundamentalmente del Maestro de maestros, Lázaro Carreter. ¿Pero qué es la estética frente a la muerte? Todo y nada. Esperanza se esforzó en enseñar a vivir de tal forma las Formas que, como decía Unamuno, la muerte pareciera la más atroz injusticia. ¿Lo consiguió? El grado de quijotesca locura (y Esperanza estaba loca en este sentido) está en aferrarse a lo imposible, a lo utópico. Si no se aferra a una locura está perdido como maestro. Era maestra en el vivir, en el soñar y en el morir. Acató con estoicismo cristiano todas las leyes de la vida.

Su profesión le llevó a estar en la vida real de sus alumnos. Esperanza no fue un muro solitario por el que trepa la yedra o crece eternamente el jaramago en sus ranuras. Tuvo alumnos de excepción que bebieron de ella el arte y pulcritud de la palabra.

Como dice Lukács, «la muerte es quizá sólo símbolo del quedarse solo». No es que tuviera miedo sino que le quedaban muchas cosas por decir; y el quedarse solo, quedarse sin la palabra cuando se tienen tantas… El hombre no es hombre sino a través de la conversación y «la palabra mundo consiste, precisamente, en la auténtica conversación que somos nosotros mismos». Y ¡qué bien conversaba Esperanza con su mundo, hasta el punto de llegar al solipsismo total!

Más de una vez le reproché que, en educación, confundiera el fondo con la forma. Ella me contestaba con la impaciencia que le caracterizaba, cuando de las cosas serias se trataba, que si no fuera por la forma, el fondo no se aprehendería jamás. Y ella tenía razón. Muchos de sus alumnos aprendieron que la elegancia verdadera está en la sencillez de las formas cuando se acepta un concepto, revolucionario o no. Después, la elegancia misma te llevará a la conciencia de que las novedades son muy pocas. Así dividía sus clases: en literatura y el mejor adoctrinamiento que hay: la exigencia, sin ambages, de ser hombres cabales.

Vete, cariño. Mamá te recibirá en la puerta y te dirá: «¿Fue largo y pesado tu caminar entre la incomprensión? Como cuando eras niña, descansa en mi regazo». Tu hermana te dijo en el funeral que hicieron en tu honor: sit tibi terra levis. Pues eso. Que la tierra te sea leve, y la Esperanza, como decían los niños del Instituto, que no nos falte.

tracking