SEGURIDAD Y DERECHOS HUMANOS ??ARTURO PEREIRA??
Las viejas españas y la nueva España
L a nación española es la reunión de todos los españoles de ambos hemisferios, según establece el artículo uno de la Constitución de Cádiz de 1812. Es difícil superar la economía del lenguaje escrito utilizada para decir tanto. Representa una cosmovisión del mundo que pocas naciones a lo largo de la historia han tenido el privilegio de disfrutar.
España se encontraba invadida por las tropas de Napoleón y en plena decadencia de su poder, y además el único reducto de libertad política era la isla de León en Cádiz, donde se aprobó precisamente el referente de nuestro constitucionalismo histórico. Aun y con todo en contra, los españoles siguieron entendiendo que la soberanía residía en la nación, responsable de conservar y proteger las leyes justas, la libertad y demás derechos individuales de los individuos que la componen.
Es verdadero romanticismo jurídico trasladado a la necesidad de gobernar a los españoles dispersos a lo largo de todo el planeta. Y no es menos impactante el artículo cinco cuando afirma que son españoles todos los hombres libres nacidos y avecindados en los dominios de las España y sus hijos. El artículo diez recoge el territorio de lo que era España que no reproduciré porque no cabría en este artículo.
Los constituyentes a la hora de pensar en cualquiera de los aspectos de la naciente constitución debían pensar en una dimensión universal, en todos los españoles que independientemente de su raza, color, lo eran de pleno derecho y para ello les había bastado nacer en suelo español, lo que no resultaba muy difícil porque gran parte del mundo lo era.
Estas ideas tuvieron su origen en autores como el dominico Francisco de Vitoria que ya a comienzos del siglo XVI estableció la necesidad de reconocer los derechos y libertades de todos los que vivieran en los territorios del emperador español. Surgió una nación inabarcable territorial y políticamente, pero no espiritualmente; la teología que inspiraba la escuela de Salamanca pretendía que, al amparo de la ley de Dios, rigiera la ley natural evitando así abusos, racismos y males que hoy en día están de nuevo en vigor.
Es curioso ver como hace quinientos años los legisladores españoles tenían una visión humanística, cristiana de la ley que permitía superar localismos e intereses gremiales, incluso los económicos o mercantilistas. La fe católica del emperador exigía buscar soluciones a los abusos que se habían cometido con los más débiles y organizar la comunidad política en base a criterios de igualdad y justicia. Es triste que actualmente las miras constitucionalistas se centren en la necesidad de resolver provincialismos que son fruto de una microvisión del mundo. También de unos intereses no confesados que solo sirven para afincar el enfrentamiento y la pérdida de eficacia en la gestión de la cosa pública.
Si nos visitara un compatriota del siglo XVI, la España actual le resultaría incomprensible, no la entendería. Más allá del evidente desfase cultural con todo lo que ello significa, se le quedaría pequeña porque su patria era la mitad del mundo. Tampoco entendería la xenofobia pues estaba en su ADN la mezcla de razas a poco que hubiera viajado.
Ni siquiera los constitucionalistas de 1812 entenderían los intentos de reforma constitucional que afectan a un suelo patrio tan menguado y la falta de lealtad de algunos españoles, máxime cuando el amor a la patria era un deber establecido por ellos. El legislador de las Españas miraba por un telescopio y el actual lo hace por un microscopio. Mal vamos así, necesitamos repasar nuestra historia y recuperar aquello de bueno que hicieron nuestros antepasados.