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Ponferrada

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Un pantano siempre deja una herida en la memoria. Lo sabe bien Julio Llamazares, sumergido Vegamián. Lo saben los vecinos de Riaño. Y todavía les duele a los últimos habitantes de Posada del Río y Bárcena, que cada año organizan una romería hasta la orilla del embalse que inundó sus pueblos hace sesenta años.

Da igual que trasladaran las dos aldeas —los nuevos Posada y Bárcena tuvieron durante años el apellido ‘del Caudillo’—, que las casas que les construyeron tuvieran agua corriente y electricidad. O que se llevaran los muertos de los cementerios. A la memoria no se la engaña así.

Un pantano también es una oportunidad para prosperar. Una oportunidad para el regadío en un lugar como el Bierzo, donde el estiaje es tan fuerte. Una ocasión para generar energía limpia también, y para controlar las avenidas de agua y reducir las inundaciones.

Lo cuentan el historiador Vicente Fernández y el arquitecto Jorge Magaz, que ayer, en la clausura de una nueva edición de las Jornadas de Historia Local y Patrimonio del Instituto de Estudios Bercianos, nos recordaron que el embalse donde aún sobresalen las chimeneas de la térmica de Compostilla en una de sus orillas ha sido la mayor obra de ingeniería construida en el Bierzo; más de quinientos millones de las pesetas de 1959 invertidas en levantar la presa, los diques, los dos pueblos nuevos, en expropiar miles de parcelas y rehacer catorce kilómetros del trazado del tren entre Ponferrada y Villablino.

La presa comenzó a proyectarse en 1902, se aprobó en tiempos de la Segunda República, y de no mediar la guerra, la hubieran construido veinte años antes, me cuenta Tito Fernández. Dos mil obreros levantaron el embalse hasta una cota de seiscientos veinte metros en el llamado estrechón del Sil en Bárcena. Dos mil trabajadores venidos de La Cabrera, de Andalucía, de otras partes de España.

Franco, que por entonces no se perdía un pantano, inauguró el embalse de Bárcena dos años después, acompañado por su séquito de palmeros. Y ahí sigue la presa, como el primer día. Erigida sobre la marmita gigante, una oquedad geológica formada por las piedras que arrastraba el agua cuando giraban sobre sí mismas una y otra vez porque no podían salvar el estrechón. Como un recuerdo atragantado.

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