Diario de León

cuerpo a tierra

El reto urbanístico

Publicado por
antonio manilla
León

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León, que es una ciudad en vías de musealización, lo cual es como decir buscando su homogeneización como espacio turístico, diseñando las habitaciones que mostrar a las visitas, tiene ante sí un reto magnífico: continuar siendo habitable para sus ciudadanos. Rebajando lo urbano al ritmo que se está haciendo, congelando la movilidad a base de entorpecer el tráfico y olvidando los barrios a favor de adecentar el cogollo visitable, a uno le parece que a la larga es un grave error: tendremos un diamante rodeado de arrabales.

Un centro expandido y cada vez menos habitado, convertido en zona de servicios, con hoteles, establecimientos para la diversión y tiendas de recuerdos, pero sin vecinos, algo semejante a lo que ya es el barrio Húmedo: un espacio turístico con apenas vida diurna, donde las máquinas expendedoras de bocadillos han sustituido a las tiendas de ultramarinos. La vampirización de ciertos enclaves urbanos, que se especializan en el ocio, optimizando recursos, ocurre en muchas ciudades. No lo es tanto el hecho de poner al servicio del turismo la mayoría de las potencialidades de sus calles céntricas, que, peatonalizadas o convertidas en zonas de tráfico reducido, dejan de cumplir para los ciudadanos en gran medida su función.

En asuntos de geografía humana, unas cosas conducen a otras y al cabo acaba uno llevándose las manos a la cabeza. Manzanas vacías, barrios que son puro teatro, luego gentrificación. El ejemplo de Venecia, la urbe turística por excelencia, es revelador y debería tenerse muy en cuenta: su población residente ha caído en picado hasta aproximarla a un escenario teatral que cada mañana se habita desde las poblaciones de su contorno de gondoleros y tenderos. Cuando cierran la?s últimas pizzerías que dan las cenas a los turistas, la única vida que late en la ciudad del Lido está en los hoteles y albergues. La gran cáscara sin almendra del centro urbano es inasequible económicamente para los venecianos y se ha convertido en un entorno deshumanizado, que no resulta atrayente para una existencia corriente.

Volviendo a lo nuestro, un centro envejecido y remozado —igual que una antigüedad recién envuelta y a la que se le ha puesto el lazo rojo de los regalos—, quizá satisface al turista, pero parte por la mitad una circulación que en tiempos fue fluida no solo para las bicicletas.

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