LA GALERNA
Ya no hay con quién tratar
Lo dice la gente mayor, que es la que más sabe: no hay con quién tratar. Y, por una cuestión lógica, los de más edad han vivido y han visto, al menos, más que los demás. Cada día nos sorprenden los asuntos más inverosímiles. Lo que antes nos parecía raro es superado por algo todavía peor y ya no sabemos dónde está el límite. Todo es susceptible de empeorar, sobre todo si va de la mano del hombre.
A mi, que me aburre la vida de los famosos, no me parece extraño, por ejemplo, que Isabel Pantoja esté concursando en Supervivientes, tampoco que en esa isla de famosos —o casposos— se maten por comerse una lata de choped, ni siquiera que Albert Rivera y Malú se hayan hecho novios y lo suyo vaya viento en popa. Creo que el mundo del cotilleo es inabarcable, como lo es el surrealismo que lo acompaña. En cambio, me resulta sumamente raro e inverosímil el asunto de los transespecie. Al parecer, son personas que no han cambiado de sexo, sino de especie, pues pasan de ser humanos a creerse animales. Eso es ir un paso más allá. Es lo que contaba yo antes de que ya no se sabe dónde está el límite. Los que hay que se creen perros y se comportan como tales. Ataviados con una máscara de can, jadean y salen a la calle con correa. Ladran, comen pienso y dicen sentirse felices. Al igual que esa mujer que asegura estar enamorada de su patinete. Y no es una broma. Afirma que le hace feliz meterse en la cama con semejante artilugio y dice con cierta picaresca que tienen sexo «a su manera». Y también los hay que viven como bebés, se ponen pañales y chupete aunque hayan dejado atrás hace tiempo la adolescencia porque, también, les hace sentirse bien.
Cada uno vive su vida como quiere. Pero igual que lo cuentan y lo hacen público queriendo, quizás, normalizar su historia, lo exponen a la opinión de todos. Y resulta difícil no escuchar estas historias sin que a uno se le escape una carcajada o se le queden los ojos como bajoplatos. Cierto es que hay que respetar todas las posturas y las apetencias ajenas siempre que no interfieran en nuestro pequeño espacio, pero creo que estas historias dejan patente que esto se nos está yendo de las manos. ¿Lo mejor? Oír, ver, callar y alucinar.