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fuego amigo ernesto escapa
León

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E n mi álbum de afectos, el pintor Modesto Llamas Gil, que el 27 de junio alcanzará rango nonagenario en plenas fiestas de la ciudad de León, siempre ha ido precedido del don, reverencia sostenida incluso después de haber compartido tertulia y joviales convivencias en una época que ya empieza a quedar distante. Pero mi deferencia tiene sin duda un origen discipular, aunque jamás se me haya ocurrido pintar nada. Yo conocí a don Modesto hace medio siglo, en la pausa matinal de un instituto Padre Isla ya trasladado al lado del río, que aquel invierno tuvo que suspender las clases más de una vez porque las heladas reventaban su calefacción.

Don Modesto era catedrático de dibujo y jefe de estudios de aquel centro, y desde la entrada se hacía evidente su presencia, porque había repartido por los pasillos cuadros y diversas expresiones plásticas audaces de sus alumnos. El secretario era el filósofo Lucio García Ortega (1930-1976) y su director el filólogo Luis López Santos (1903-1973), quien unía a su condición filológica la dignidad catedralicia de chantre. Tipos brillantes y de alto copete intelectual. Los alumnos no teníamos acceso al bar de profesores, pero el director aprovechaba aquella pausa para improvisar un consejo de redacción de la revista Nosotros, con presencia reglamentaria de autoridades académicas y delegados de los distintos grupos de los cursos superiores.

Sin mayor ceremonial, colocábamos las sillas en torno a la mesa donde don Luis daba cuenta de un campano de prieto picudo mojando una docena de galletas marías, y aguardábamos instrucciones, vigilados por la mirada irónica de don Modesto, que conocía como nadie las argucias de aquel percal. A lo largo de dos cursos, nunca salió un número de Nosotros, que para mí sigue siendo una revista mítica por inexistente, pero un año y otro avanzamos decididos en su diseño. El curso del COU el trámite ya iba más relajado y don Luis hasta se permitía licencias antes impensables.

Así que de improviso, convocaba a la mesa a una joven profesora no numeraria de francés, y una vez a mano, empezaba a tocarle la pierna zalamero, mientras Julita enrojecía abochornada tratando de escabullirse. En uno de esos episodios, escuché a don Modesto interpelar al canónigo despechado: Pero don Luis, qué bragueta más larga tiene usted. Era la época en que la imaginación adolescente del alumnado civil atizaba la remota leyenda estrafalaria de un don Luis disfrazado de miliciano en la guerra de Madrid con repulsas más cercanas, como la certidumbre del derribo del instituto histórico, aprovechando la dirección general de su discípulo Ángel González Álvarez, porque las humedades de aquellos recintos le alborotaban el reuma. El sábado me centro en su pintura.