Sin remilgos
C iudadanos ha acabado, como era de esperar, por ceder a las pretensiones de Vox de ser «amigos». Y todo, para lograr la presidencia de la Asamblea de Madrid, de momento. Se han reunido, se han votado entre ellos, con pueriles subterfugios de «yo voto al PP para que a su vez ellos apoyen a Vox», como si la ciudadanía española y europea, que les tiene bajo la lupa, jugaran también a ese escondite infantil de taparse la cara para que nadie te vea.
Mal que les pese, se les ven las vergüenzas. Porque los pactos, que tratan de ocultar a la opinión pública, se han cerrado en dos comunidades donde la corrupción del PP ha expoliado las arcas públicas como son Madrid y Murcia. Aplicando la teoría de la necesaria renovación de siglas en las instituciones, que con tanto ahínco han vendido en Andalucía, en estos dos territorios era urgente desalojar al PP. Se daba la paradoja de que, además, en Murcia la suma de Ciudadanos y el PSOE tenían la mayoría absoluta, con lo que, sin los cordones sanitarios de Rivera, aislar a Vox habría resultado sencillísimo.
En el caso de Madrid, todo este esfuerzo de disimulo va a servir para llevar a la Puerta del Sol a Isabel Díaz Ayuso, candidata que suscita no pocas dudas entre destacados dirigentes de la formación naranja sobre su idoneidad y capacidad para ejercer semejante responsabilidad. O pudiera ser que Ignacio Aguado confíe en que esa falta de capacidad de gestión le deje todo el poder en sus manos y ella se limite a una labor de representación.
Pero, ¿de verdad merece la pena introducir a la extrema derecha en las instituciones para ser, simplemente, segundones? ¿Sirve esa plataforma para convertir a Rivera en el jefe de la oposición como pretende escenificar? ¿No hubiera sido más digno, más eficaz y más leal con sus votantes el haber planteado al PP un reparto de poder: el Ayuntamiento para Martínez Almeida y la Comunidad para Aguado y luz y taquígrafos en las mesas de negociación de las tres derechas? Curiosamente la dispersión del voto en las últimas elecciones de abril y mayo, que obligan a pactar ayuntamientos, comunidades e incluso el Gobierno de la Nación, están poniendo en evidencia que las fuerzas políticas olvidan, con enorme facilidad, las promesas de campaña y sus ofertas de mejorar la vida de los electores. Su principal objetivo es repartirse el poder y los cargos. Lo clave, lo fundamental, es el «quítate tú que me pongo yo». Muy edificante. Sobre todo porque las nuevas opciones políticas, que han acabado con el denostado bipartidismo, venían a regenerar la vida política y lo primero que han aprendido son las viejas mañas del poder.
Resulta sorprendente que tras su encuentro con Pedro Sánchez, y tras anunciarle que no cuente con su abstención, Albert Rivera advirtiera de los riesgos de ser apoyado por nacionalistas e independentistas. El mismo día en que los suyos habían colocado a Vox en dos parlamentos regionales...