LEÓN EN VERSO
El verano es un invierno aloriado
I invierno y verano se diferencian por si dejan huella o cicatriz. El verano sólo se puede medir por la cantidad de inviernos que es capaz de sacarnos del cuerpo; el resto, que el sol se ponga pesado y se columpie entre el Trópico de Cáncer y las zonas de confort en las que nos acurrucamos del ataque nuclear de las heladas, pasto de propaganda; comerciales, que aprovechan para liquidar las existencias de cerveza reservadas por si iban a volver los joseantonianos. La gente no aprecia si es invierno o verano cuando está feliz; lo que abunda en la idea de que las estaciones no dejan de ser convenciones para encuadrar los momentos; fantásticos, si son entre las noches estrelladas del estío; lúgubres, cuando hacen cola para abandonar los días que atardecen con los amaneceres de enero. No hay verano que no busque fulgor en la ternura que le prestan los inviernos. El verano planea por estos ocasos de junio que pueden presumir de tener en exclusiva la patente de los romances; el verano se presenta con orgullo, de repente, y se va sólo cuando se le suplica que no lo haga. El verano es bueno para secar los egos al sol. Hay veranos que llevaremos siempre encima; veranos que aún soñamos con vivir. Veranos que no volverán. Veranos que recibían el alba a puerta gayola en Periferia, al ritmo incitador de Pink Floyd y su muro, impagable para toda una generación, sublime en la adaptación cazurra del hey, nisio, canguen ros, que voy.
El verano es un recurso natural para frenar a la primavera, que se nos iba de las manos. Cuidado con el verano, que es vaporoso. Se anuncia con promesas que jamás va tener que cumplir, escudado en la premura del vuelo que le imponen los solsticios y otros compromisos más urgentes que atender a las ruinas que abandona en los corazones despechados. Cuidado, que es compinche de los cocodrilos que acechan a los que se dejan llevar por la urgencia de abrevar la sed. Es innegable que los veranos son los inviernos más cálidos a los que podrán aspirar los leoneses. Aquí, el verano jamás será una certidumbre. Esta vez, por ejemplo; se anuncia para dentro de dos días y, en su lugar, cabe que se presente un invierno cuaresmal, de esos sedentarios que ni se habrán dignado a cambiar de hemisferio cuando llamen a las próximas elecciones.