Diario de León
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EL MIRADOR ANTONIO CASADO
León

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N o es para tirar cohetes que la segunda institución de Cataluña, el Ayuntamiento de Barcelona, vuelva a estar en manos de una alcaldesa que quiere «desborbonizar» la ciudad y prohibir la presencia de las Fuerzas Armadas. Pero la alternativa a Ada Colau hubiera sido Ernest Maragall, quien en vísperas de la constitución del Ayuntamiento se preguntaba si era aceptable que aquella pactase con los «cómplices de la represión».

O sea, que tenemos un mal menor gracias a los tres votos que Manuel Valls, en contra de su teórico jefe de filas, Albert Rivera, con mando directo sobre los otros tres asientos logrados por la candidatura del exprimer ministro francés, votaron por Colau junto a los ocho socialistas para evitar que Barcelona se convirtiese en un altavoz internacional del independentismo. Más que nada por una cuestión de salud pública.

La salud pública está asimismo comprometida en asunto de mayor cuantía. El que coloca al aún presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez, ante el dilema de apoyarse en los independentistas catalanes o repetir las elecciones generales. Lo llamativo es que son el PP y Cs, las otras dos fuerzas constitucionales, las que alimentan dicho dilema con su anticipado «no es no» a la próxima investidura del candidato socialista.

Más llamativa todavía es la motivación declarada por esos dos partidos de centro-derecha. Basan su negativa a apoyar o abstenerse en un proceso de intenciones. El que atribuyen a Sánchez. Le suponen dispuesto a indultar a los responsables de la intentona sediciosa de octubre de 2017. Incluso, le creen receptivo a consentir un referéndum de autodeterminación. Pero al tiempo crean las condiciones para hacer posible que Sánchez vuelva a caer en la tentación de encamarse con los independentistas ¿Es eso lo que desean para seguir acusando al PSOE de ser el caballo de Troya de Torra, Puigdemont, Junqueras y compañía? Ese discurso de Casado y de Rivera es arbitrario, injusto y muy tóxico para la salud de nuestro orden constitucional. Carece de base. El Gobierno socialista, empezando por su presidente, ya ha dicho en todos los idiomas que no quiere deber nada al independentismo. Y que prefiere el apoyo o la abstención del PP y/o Ciudadanos como lubricante de la gobernabilidad.

En Barcelona Sánchez ya ha marcado distancias, aunque fue cuestión de elegir el menor de los males. Y no han sido el PP ni los tres de Cs controlados por Rivera, sino los ocho del PSC y los tres munícipes de Valls los que se han alineado para impedir que Barcelona tuviera un alcalde al servicio de la causa separatista de Cataluña. Que conste.

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