Por amor al arte

L a nota más alta de la prueba de acceso a la Universidad en toda España este año ha sido la de Carlos Rodríguez, joven alicantino que ha conseguido un 14 de 14 (cosas de la ponderación de la nota de Bachillerato y de las Universidades, para las que el 10 no es suficiente). Hijo de un profesor de Física y Química, el titular de diversos medios para esta noticia ha sido que Carlos no va a estudiar ninguna carrera de ciencias y no se va a convertir en un gran técnico, sino que pretende ingresar en la Real Escuela Superior de Arte Dramático.

En el instituto de León en el que trabajo también escuché por parte de algunos de ciencias eso de «¡Qué pena!», e incluso algún compañero de letras ironizaba con lo de «el problema será cuando tenga que comer».

Será cosa de cierta ingenuidad romántica pero yo siempre he defendido el apoyar las vocaciones y el no estudiar por imperativo paterno aquello que «más salidas» tenga, cuando ni siquiera nos gusta la entrada. Si uno es bueno en algo, hay que potenciar esa habilidad y, estudiando feliz, conseguirás cualquier objetivo.

Carlos decía: «Creo que se le debería dar más importancia al arte, intentamos ir a los rincones más recónditos del espacio cuando de lo que menos sabemos es de lo que llevamos dentro»; y, también: «no podemos desestimar una disciplina que se dedica a hacer de la experiencia humana algo bello, ya no solo para uno mismo, sino para todos en general».

El arte, dramático o de cualquier otro tipo, intensifica nuestra existencia, nos ayuda a conocernos mejor y nos hace crecer como seres humanos. Cuando un alumno brilla en ciencias y matemáticas a mí no se me ocurre lamentar que no vaya a convertirse en un gran pintor, escritor o actor (quizá, sí lo haga). De esta manera?, que Carlos no estudie ciencias y trate de hacernos felices a través del arte no debiera ser noticia, sino motivo de celebración para los seres humanos que amamos el pensamiento, la expresión y la cultura. Sí, incluida la científica.