Diario de León

TRIBUNA

Hay personas a las que da gusto escuchar

Publicado por
Manuel Arias Blanco profesor jubilado de secundaria
León

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T odos recordamos momentos intensos en nuestra vida donde alguien nos atrajo con su voz, de modo que no queríamos que aquel momento acabara. Tengo muy reciente en mi mente las clases de formación de un leonés de Tierra de Campos que nos tuvo en vilo unos días.

Y lo único que hizo fue repasar nuestra trayectoria profesional en las aulas. En su boca parecían más evidentes los errores y los aciertos que nos acompañaban a lo largo y ancho de nuestra experiencia. Supo tocar las teclas debidas sin ofender, con cierto humor, con una incitación a la reflexión que nos atrapaba irremisiblemente. Hubiera pedido que aquello no acabara nunca.

Por eso cuando oigo que las clases magistrales sobran o están demás, vuelvo la mirada a aquellos tiempos tan intensos. Eso será verdad si el que dirige la lección se enrolla o nos aturde, pero no si contacta y nos toca la fibra sensible que todos llevamos dentro. La lección magistral importa si se sabe llegar al otro. Y esto es verdad hoy, mañana y ayer. Aquella persona que está investida de ese don de la palabra nunca defraudará. Te sabe llevar y no quisieras que cesara su intervención.

Muchas veces oímos en la enseñanza de hoy que los alumnos son incapaces de mantenerse más de diez minutos atentos, por lo que las explicaciones de los profesores han de ser a cuentagotas, mínimas. Craso error. No vale el mero activismo del alumno, sin saber adónde va. No se trata de hacer por hacer, porque eso no conducirá a ninguna parte. Un buen profesor tiene que dar pautas, explicar el camino, introducir su sabiduría para que lo que hagamos tenga sentido e implicación.

A veces, incluso en los medios nos encontramos con expertos que nos encandilan. Estaríamos hora y horas atentos a cuanto nos dicen. Quizás nos engañen. Quizás sus teorías no sean todo lo válidas posibles, pero acabamos rendidos a sus dichos. Claro que puede existir una seducción peligrosa. Es cierto. Si caemos rendidos a su doctrina, podemos ser presa de un sometimiento indebido. De ahí que haya que tener algún reparo, alguna precaución. La seducción tiene ciertos límites. En esos casos nos fiamos de la honradez del orador y podemos ser presa de una errónea seducción. Dependerá de si quien detenta esa capacidad habla desde la más estricta honradez y sabiduría.

El buen orador conjuga sabiamente el humor con su dosis de doctrina, a no ser que nos venda humo, que todo puede ser. Si en esa afluencia de ideas sentimos que nos removemos por dentro será síntoma de que hay algo que nos pide oxigenación. Sabido es que el orador seductor generalmente nace, aunque la enseñanza puede ir perfeccionándolo, amén del bagaje cultural que vaya adquiriendo. Ha de saber mezclar con pericia sus lecciones con una buena dosis de humor. El público ha de sonreír, al tiempo que reflexionar. Esa síntesis es ideal para alcanzar la cima en este difícil arte de la oratoria.

Por mi experiencia he de decir que la oratoria es un arte que la escuela debe mimar. Se notan avances espectaculares, mucho más visibles que en la escritura. Parecen dos mundos contrarios: el orador es decidido, en tanto el escritor se tapa con la timidez. Resulta, pues, grato que la oratoria tenga mucho espacio en la actividad estudiantil. Nadie sabe cuántos frutos se consiguen a poco que el alumno rompa el hielo y se lance. De otro modo tendrá serios problemas en su vida social, especialmente cuando tenga que exponer en público. La timidez y la poca práctica harán titubear al más aventajado. No obstante, no siempre podemos observar estos avances, ya que hay causas sicológicas que pueden echar por tierra el éxito como orador.

Me reafirmo en que una buena y continuada práctica en la escuela puede formar alumnos preparados y sagaces. Además, si añadimos la cultura a base de lecturas, puede que hagamos de cada cual un experto conferenciante capaz de avivar la mente de otros muchos que ansiosamente esperan este regalo de la naturaleza.

Como conclusión podría decir que no todo vale a pesar de que quien nos habla nos sorprenda gratamente. Hemos de estar bien formados para encajar con criterio crítico esas explicaciones. Lo bueno es que nos renueve por dentro para que el proceso nos haga madurar. Esa es la verdadera seducción. Reaccionamos ante esa persona y construimos nuestra teoría más madura y consecuente. El buen orador puede hacer mucho bien y también mucho mal.

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