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EL MIRADOR LORENZO SILVA
León

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M ucho se habla últimamente de la patria, o por lo menos se oye la palabra más a menudo de lo que se oía años atrás. Es el de patria un concepto abstracto, por su naturaleza discutible y profusamente discutido. El vocablo que lo designa es polisémico, paradójico y aun insondable. Sirve, según quien lo pronuncie, para cobijar ideas dispares, divergentes o incluso enfrentadas. Por poner un ejemplo ilustrativo, la patria en la que piensan y a la que se refieren Iglesias y Abascal, dos usuarios frecuentes del término, se vienen a parecer la una a la otra como un huevo a una castaña. Y no se vislumbra la manera de reconducirlas a una definición que sea coincidente, ni siquiera semejante.

Así las cosas, quizá la única utilidad discursiva y narrativa de tan socorrido y recurrente sustantivo se halle en vincularlo con lo que de común a todos pueda existir en una sociedad que se identifica a sí misma como diferenciada de otras sociedades. Y quizá el problema principal de las diversas patrias que tratan de afirmarse entre nosotros —la española, la catalana, la vasca o la gallega, sin descartar alguna otra— está en que nadie se pone a construir un espacio mental común que incluya a todos los que caen bajo su sombra. Los esfuerzos se destinan una y otra vez a delinear una patria que es amable y lisonjera para con unos cuantos mientras niega y expele a demasiados. Por una patria distinta, solidaria, a la que pueda acogerse razonablemente cualquiera de nosotros, hay muchos, entre quienes gobiernan o se postulan para gobernar, que no parecen dispuestos a hacer absolutamente nada. Incluso se llega uno a preguntar si existe, entre ellos, alguien que esté por esa labor. Si no resulta, al final, que por la patria, así entendida, no trabaja de veras nadie.

Por suerte, la sociedad, cualquiera de ellas —la española, la vasca, la catalana, la gallega, etcétera— sí cuenta con miles de ciudadanos y servidores públicos que laboran de buena fe y con pundonor por lo de todos. Algunos de ellos, y no son pocos, lo hacen hasta el punto de exponer sus vidas, en beneficio de sus compatriotas y conciudadanos. Irrita que aquellos que no están dispuestos a luchar ni a darse más que por sus agendas propias y particulares, que impiden con sus exabruptos que termine de hacerse la patria de todos, se permitan llenarse la boca con la palabra o instrumentalizar el sacrificio de quienes se entregaron para que esa patria existiera. Exaspera oírlos en sus estériles cruces de acusaciones e improperios, en sus vanas peroratas y sus gruesos y burdos sofismas con los que buscan alterarnos y hacernos comulgar con sus indigeribles ruedas de molino.

Quien de veras siente la patria, la construye, no se aplica como un perfecto idiota o como un insensato a deshacerla.

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