NUBES Y CLAROS
Asilvestrados
Explica una experta que los juegos que conocimos están en peligro de extinción, y con ellos nuestra manera de relacionarnos. Con los amigos, con los entornos, con las calles y los campos o las ciudades. Con los hermanos, esa especie hoy también casi minoritaria. La goma, el lunes, el escondite y otros tantos son para los pequeños de hoy como los teléfonos de rueda. No saben cómo funcionan, ni siquiera que una vez existieron.
Los amigos y las calles se han sustituido por las tecnologías y el hogar. Todo fuera es peligroso; también lo es dentro, agazapado en las redes sociales. Además los pequeños viven atrapados en una sobresaturación de obligaciones escolares y deportivas en busca de la inalcanzable conciliación. Aprenden nuevas habilidades pero se pierden otras, y la socialización acaba siendo una apretada agenda de obligaciones desde la más tierna infancia. Asfixiante.
Me vienen a la memoria los juegos infantiles en el gran patio trasero del bloque de pisos, que comenzó como prado con carboneras y pronto se modernizó en trazado de cocheras en cuyas callejuelas de hormigón nos dejamos el pellejo de las rodillas y los codos un día sí y otro también. Un patio de ventanas pobladas por madres que voceaban los nombres de los retoños al toque de la merienda o la cena. Por el que trotábamos hoy abrazados del hombro y mañana a tortas todos los que crecimos jugando juntos en aquel vecindario de familias numerosas.
Por no hablar de los veranos en el pueblo. Jornadas en las que los guajes amanecíamos como los toros del encierro de San Fermín para zascandilear luego por la era, el río y el valle en aventuras de escaladas y renacuajos, resbalones en las piedras mojadas y asalto a la fruta madura de los vecinos. Casi sin darnos cuenta, de rondar por las fiestas de los pueblos vecinos en verbenas que descubrieron la adolescencia con los ‘agarraos’. ¡Qué más da que fueran pasodobles o rancheras! Vigilados siempre, pero sintiéndonos libres. Así crecimos. Felizmente asilvestrados.
No digo que sea mejor ni peor una cosa que otra. ¡Pero hay que ver lo que se pierden! Bienaventurados los que siguen teniendo pueblo en el que desbravar. Mejor si mantiene alguna actividad agrícola o ganadera. Ahí tengo un hoy adolescente de infancia veraniega en el pueblo que cuando vivió sus primeras fiestas de colegio mostró su sorpresa porque circulase por el patio un tractor repleto de globos. «¡En vez de maíces!» Pues eso.